EL CUERPO MORTAL

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducido por: Carmen Alvarez


La redención del cuerpo mortal, lo que equivale a ser revestidos con vida eterna cuando seamos resucitados de entre los muertos, debería de ser el enfoque de las predicaciones Cristianas. “No se pierda, sino que tenga vida eterna,” es la promesa de Juan 3:16. Esta promesa se refiere a la inmortalidad del cuerpo. Se refiere a la restauración de aquello que fue perdido en el jardín del Edén.

Probablemente debido a la filosofía del Gnosticismo, la esperanza de la redención del cuerpo ha sido reemplazada por el concepto de ir al Paraíso espiritual para vivir en una mansión. Ya es hora de reformar el pensamiento Cristiano en esta área de la salvación.


EL CUERPO MORTAL

Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. (Romanos 8:11—NVI)
Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23—NVI)
Y ahora lo ha revelado con la venida de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien destruyó la muerte y sacó a la luz la vida incorruptible mediante el evangelio. (2 Timoteo 1:10—NVI)
Tocó el séptimo ángel su trompeta, y en el cielo sonaron fuertes voces que decían: “El reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis 11:15—NVI)

El concepto de la redención del cuerpo mortal es la clave para poder hacer la transición de pensar en el Cielo a pensar en el Reino.

La redención del cuerpo mortal, lo que equivale a ser revestidos con vida eterna cuando seamos resucitados de entre los muertos, debería de ser el enfoque de las predicaciones Cristianas. “No se pierda, sino que tenga vida eterna,” es la promesa de Juan 3:16. Esta promesa se refiere a la inmortalidad del cuerpo. Se refiere a la restauración de aquello que fue perdido en el jardín del Edén.

Probablemente debido a la filosofía del Gnosticismo, la esperanza de la redención del cuerpo ha sido reemplazada por el concepto de ir al Paraíso espiritual para vivir en una mansión. Aparentemente, el Gnosticismo prevalecía en los días de los primeros Apóstoles. El Gnosticismo enseña que lo material es malo y lo espiritual es bueno; por ello, según el pensamiento Gnóstico, nuestra aspiración debe ser alejarnos de lo material y abrazar lo espiritual.

Las personas con la mentalidad del Reino piensan lo contrario. Al igual que Dios, ven el reino físico como “muy bueno,” y que sólo necesita estar lleno con la Vida de Cristo para hacerlo perfecto en toda forma. El Reino de Dios consiste de Dios y Cristo revestidos con formas materiales. Este es un reino mejor que el reino espiritual a solas, y esta es la razón por la que Dios creó el mundo físico—incluyendo nuestros cuerpos.

A propósito, nuestros cuerpos de carne-y-hueso son una creación increíblemente maravillosa. ¡Lo que no daría un ángel por tener su propio cuerpo de carne-y-hueso! Imagínate: mientras Cristo estaba en un cuerpo humano en Él habitaba la plenitud de Dios Padre. ¡No tenemos la menor idea de la importancia de nuestro cuerpo!

Los ángeles pueden asumir forma humana, pero nunca pueden tener un cuerpo de carne-y-hueso propio. El cuerpo de carne-y-hueso es poseído únicamente por esa raza nueva llamada “hombre.”

Ya es hora de reformar el pensamiento Cristiano con respecto al significado y a la meta de la salvación—especialmente con respecto al papel del cuerpo físico.

Estamos muy cerca de un gran cambio en el pensamiento Cristiano. Por dos mil años el concepto de la salvación ha sido el de ir al Cielo, nuestro hogar eterno. El Evangelio ha sido interpretado como las buenas nuevas del perdón—perdón que nos ayudará a ser aceptados para entrar “más allá de San Pedro” por las “puertas aperladas” para que podamos ocupar nuestras espléndidas mansiones.

Esta forma de pensar con respecto a la salvación Cristiana ha servido como la esperanza principal para innumerables creyentes en Cristo. De entre sus rangos han surgido discípulos distinguidos por su fidelidad inmutable y su dedicación inquebrantable. No hay duda de que un gran número de ellos ya son estrellas en la corona del Señor Jesús.

Ahora hemos llegado, por así decirlo, a la muerte de Moisés y a la comisión de Josué. Estamos acercándonos al final de nuestro “peregrinaje por el desierto,” como la Iglesia universal, y estamos “acampando al este del Jordán, con la tierra prometida al frente.”

La mayoría de nosotros no ha estado aquí anteriormente.

La tierra prometida es el Reino de Dios, el reinado de Dios en Cristo en los santos gobernando sobre todas las obras de las manos de Dios, especialmente sobre la tierra. Creer que el Cielo es la tierra prometida ha servido durante toda la Era de la Iglesia. Pero debido a que está muy cerca el regreso de Cristo, debemos regresar a lo que enseñan las Escrituras.

Para establecer el gobierno de Dios sobre la tierra se requiere que recuperemos nuestro cuerpo mortal. Esto significa que están entrelazados el Reino de Dios y nuestra resurrección a la vida eterna en nuestro cuerpo mortal.

Satanás considera la tierra y nuestros cuerpos, que están muertos debido al pecado según el Apóstol Pablo, posesión suya por derecho. A él no se le está permitido volver a entrar al Cielo. Él está condenado a encontrar satisfacción por medio del polvo de la tierra, por medio de los seres humanos. La serpiente ha sido maldecida con un apetito voraz por el polvo.

Con esto en mente, Satanás ha pervertido el Evangelio de ser el Evangelio sobre la venida del Reino de Dios a la tierra, a ser el evangelio de ir al Cielo para vivir por la eternidad. Durante estos últimos ciento cincuenta años él ha agregado la idea de que en cualquier momento todos los creyentes serán llevados al Cielo para disfrutar del Paraíso espiritual.

El propósito de Satanás en poner énfasis en la residencia eterna en el Cielo, y en que los creyentes serán llevados en cualquier momento al Paraíso, es para confundir y oscurecer la doctrina de la resurrección del cuerpo mortal, y de las buenas nuevas de que el Reino de Dios vendrá a la tierra. Su voluntad se hará sobre la tierra.

Satanás es un adversario mucho más competente de lo que frecuentemente solemos reconocer.

Así que aquí estamos en Abril del año 2002. Las iglesias Cristianas, en su mayoría, están enseñando que el Señor Jesús nos ha perdonado para que podamos ir al Cielo cuando muramos. La idea del Reino de Dios y Su justicia, una justicia real forjada en nuestro comportamiento, casi ni se predica.

Estamos ante un reto increíble si nos ponemos a pensar en el cambio de mentalidad que debe ocurrir para que coincidamos con la Biblia.

Sin embargo, la tarea es responsabilidad de Dios. ¡Es Su Reino!

Veamos. ¿Por dónde podemos comenzar?

A groso modo podemos decir que algunos de los ángeles de Dios se rebelaron contra Él. Como respuesta, Dios está creando una nueva raza, la raza de la humanidad. Dios escogió al Verbo, a quien conocemos como el Señor Jesús, para ser un sacrificio de pecado con la finalidad de que Dios pudiera reconciliar los cielos y la tierra a Sí mismo. Dios perfeccionó al Verbo mediante la obediencia a Sí mismo y le dió al Verbo, quien se volvió carne y a la vez Su Hijo, toda autoridad en el Cielo y sobre la tierra.

Luego, Dios, desde el principio del mundo, seleccionó a personas a quien Él pudiera formar en la imagen de Su Hijo, para proveerse de hijos para Sí mismo y de hermanos para Su grandioso Hijo mayor. Cuando Dios creó al hombre, Él creó adentro de estas criaturas una habitación con un trono para ser ocupada por Él mismo y por Su Hijo. De esta manera el Hijo, Jesús, y los hijos, después de ser resucitados de entre los muertos, formarían un reino cuyo papel es el de gobernar todas las obras de las manos de Dios. Esto es el Reino de Dios.

Cuando Dios creó el reino material Él declaró que era “muy bueno.” Esta declaración incluye el cuerpo mortal. Dios puso el Paraíso sobre la tierra. Todo era “muy bueno.”

Como Dios sabía que iba a suceder, el pecado bajó del reino espiritual y corrompió el reino físico. Como respuesta, Dios envió el Paraíso al reino espiritual y Él se escondió de sus nuevas criaturas. Entonces Dios concibió un reino que gobernaría el Paraíso para que Dios pudiera regresar el Paraíso a la tierra. Además, Dios podría morar en el amor tranquilo de Sus hijos, y por medio de ellos gobernar y bendecir el resto de Su creación.

El Hijo mayor y los demás hijos, Sus hermanos, están ordenados a ser un sacerdocio gobernante. Ellos gobernarán la creación por los siglos de los siglos. Esta agrupación de hijos es “la nueva Jerusalén,” el Trono de Dios y del Cordero.

Ya no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán; lo verán cara a cara, y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios los alumbrará. Y reinará por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 22:3-5—NVI)

En ese día el Templo eterno de Dios estará sobre la tierra nueva, no en el reino espiritual sino sobre la tierra, donde las naciones de personas salvas podrán ir a recibir vida eterna y sanidad de los siervos de Dios, quienes se habrán convertido en árboles de vida.

Oí una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. (Apocalipsis 21:3—NVI)
El Espíritu y la novia dicen: “¡Ven!”; y el que escuche diga: “¡Ven!” El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida. (Apocalipsis 22:17—NVI)

Cuando Juan el Bautista, el Señor Jesús, y los Apóstoles del Cordero anunciaron la venida del Reino de Dios a la tierra, el hacer la voluntad de Dios sobre la tierra, se estaban refiriendo a que vendría a la tierra la Iglesia glorificada, la Nueva Jerusalén. ¿Puedes ver cómo la visión de la Biblia difiere de nuestras tradiciones? Dios no nos está entrenando todos los días para que podamos pasárnosla descansando en el Cielo. Él nos está preparando para ser Su Presencia entre las naciones de personas salvas sobre la tierra.

En el sentido práctico, la importancia de cambiar nuestra visión es esta: desde el punto de vista tradicional nosotros no tenemos que hacer nada más que esperar hasta morir para “llegar allá”. La otra manera de ver la venida del Reino, de la “ciudad que está cerca,” nos guía a avanzar hacia Dios y Su justicia cada día de nuestro discipulado. No tiene nada que ver con “cuando lleguemos allá,” sino con trabajar duro hasta lograr entrar al reposo de Dios, hasta estar morando en justicia verdadera, paz verdadera y gozo verdadero.

La salvación Cristiana no cambia dónde estamos sino lo que somos.

Por supuesto que a Satanás le interesa mantenernos tal y como somos, sin ningún cambio. A él le gustaría que nosotros siguiéramos practicando el mal para terminar en el Infierno, porque Satanás es vengativo. Pero a él no lo preocupa mucho que perezcamos y vayamos al Cielo. A él solo le interesa evitar que avancemos hacia el reposo de Dios, hacia una justicia verdadera, una paz verdadera, y un gozo verdadero que podríamos experimentar mientras todavía estamos viviendo sobre la tierra. Porque esto es el Reino de Dios, y el fin del reino de Satanás.

Yo creo que podemos ver que la visión que acabo de presentar es más práctica porque nos inspira a volvernos nuevas criaturas en Cristo: no nuevas criaturas en un sentido literal pero nuevas criaturas en quienes la naturaleza antigua de Adán ha desaparecido y todas las cosas en nuestra personalidad se han vuelto nuevas y son de Dios.

Si queremos entender el Evangelio del Reino debemos estar concientes del papel central que tiene la resurrección corporal de los santos.

La resurrección corporal de los santos a la venida del Señor es la bendita esperanza de la Iglesia Cristiana.

Sabemos que toda persona, ya sea salva o no salva, que practique lo malo o lo justo, escuchará la voz de Cristo y saldrá de su lugar de entierro. Cristo dijo que este era un hecho.

No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados. (Juan 5:28,29—NVI)

Todos resucitaremos de los muertos sin importar cómo hayamos vivido, sin importar si hayamos aceptado a Cristo o no. Nuestra carne y nuestros huesos saldrán, así como sucedió con el Señor Cristo Jesús, el Primogénito de los resucitados de entre los muertos.

La pregunta es: ¿qué sucederá cuando regresemos a la vida?

Nuestra carne y nuestros huesos serán revestidos con algún tipo de manto, o de hogar. Ese hogar reflejará lo que hayamos sembrado mientras estuvimos en nuestro cuerpo de carne-y-sangre.

Así sucederá también con la resurrección de los muertos. Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucita en poder; (I Corintios 15:42,43—NVI9)

Nuestro cuerpo debe sembrar la muerte de la cruz. Debemos presentar nuestro cuerpo como sacrificio vivo. Cada día, conforme escogemos portar nuestra cruz y hacer la voluntad de Dios por ese momento, entonces en ese momento estamos creando ese manto, ese hogar en el Cielo. Cuando nuestra carne y nuestros huesos hayan sido resucitados de su lugar de entierro, ellos serán revestidos con el manto que haya sido formado mientras sembramos nuestro cuerpo a la muerte de la cruz.

Ahora bien, ¿por qué es tan importante la resurrección? Es tan importante porque nuestro cuerpo es el que está diseñado para ser la morada eterna de Dios y de Cristo.

El hombre consiste de espíritu, alma y cuerpo.

Nuestro espíritu es el medio por el cual podemos comunicarnos con Dios. Los animales no tienen un espíritu que pueda comunicarse con Dios.

Nuestra alma es la habilidad que tenemos para hacer decisiones morales. Debemos pacientemente poseer nuestra alma, nuestra habilidad de tomar decisiones justas y rectas.

Cuando las personas viven en pecado pierden esa habilidad. Reciben una mente sin juicio. Ya no pueden tomar decisiones justas. Han perdido su alma. El alma es el que peca y el alma es el que muere.

Nuestra persona consiste de espíritu y alma. Nuestro cuerpo es el hogar en el que habita nuestro espíritu y nuestra alma.

Aquí hay algo de lo que quizá no nos hayamos dado cuenta. Nuestro cuerpo no fue creado para nosotros sino para Dios, es el templo de Dios. Nuestro papel es el de ser cuidadores de la morada de Dios.

Observa lo siguiente:

¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruído por Dios; porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo. (I Corintios 3:16,17—NVI)
Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos; así es, y Dios los destruirá a ambos. Pero el cuerpo no es para la inmoralidad sexual sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Con su poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros. ¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo mismo? ¿Tomaré acaso los miembros de Cristo para unirlos con una prostituta? ¡Jamás! (1 Corintios 6:13-15—NVI)

¿Crees que realmente comprendemos que nuestro cuerpo es para el Señor y el Señor para nuestro cuerpo? ¿Que nuestros cuerpos son miembros de Cristo mismo?

¿Acaso no diríamos en la actualidad que nuestro espíritu es para el Señor y que no importa qué le suceda a nuestro cuerpo? Aquí se refleja la infuencia del Gnosticismo.

Nuestro cuerpo fue creado para ser usado principalmente por el Señor.

¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. (I Corintios 6:19-20—NVI)

Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo: no nuestro espíritu, no nuestra alma, ¡nuestro cuerpo! ¿Alguna vez has pensado en eso? ¿Puedes ver cómo Satanás y el Gnosticismo han evitado que entendamos lo que las Escrituras realmente dicen?

¿En qué concuerdan el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios viviente. Como él ha dicho: “Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” (2 Corintios 6:16—NVI)

Ahora sí podemos entender el propósito de la resurrección. Tan importante es el cuerpo humano que Dios se refirió a Adán y a Eva como “polvo.” Su espíritu y su alma no eran polvo, su cuerpo era polvo. “Porque polvo eres, y al polvo volverás.”

Se nos da un cuerpo de carne y sangre, una tienda de campaña débil y provisional, para que nosotros (en nuestra naturaleza interior, especialmente en nuestra alma) podamos ser probados en cuanto a nuestra voluntad de obedecer a Dios. Seremos recompensados en nuestro cuerpo y seremos castigados en nuestro cuerpo.

Nuestra meta, la meta a la que aspiraba el Apóstol Pablo, es que nuestro cuerpo débil y pecaminoso logre la resurrección a la vida eterna. Ésta es la redención del cuerpo, por la que gimió Pablo.

Todos llegaremos ante el Tribunal de Justicia de Cristo para recibir lo que hayamos hecho en nuestro cuerpo. Esto significa que si hemos tomado decisiones justas nuestro cuerpo de carne y hueso resucitado será revestido con un cuerpo que ame la justicia y odie la maldad. Si hemos tomado decisiones de maldad, nuestro cuerpo de carne y hueso resucitado será revestido con un cuerpo que ame la maldad. En este caso nuestra alma, nuestra habilidad para tomar decisiones justas, se perderá.

En Gálatas, el Apóstol Pablo nos dice que si sembramos para agradar nuestra naturaleza pecaminosa entonces cosecharemos corrupción. Esto significa que nuestro cuerpo de carne y hueso resucitado será revestido con una forma corrupta, revelando así nuestra naturaleza interior. Si sembramos obediencia al Espíritu Santo, nuestro cuerpo de carne y hueso resucitado será revestido con vida eterna, con la Vida misma de Dios. Esta es la esperanza de Juan 3:16. No es sólamente que seremos inmortales, porque es muy probable que todos los cuerpos, tanto los gloriosos como los corruptos, existirán por siempre, sino que viviremos por siempre en la vida maravillosa de Cristo Jesús.

No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. (Gálatas 6:7,8—NVI)

En el Libro de Romanos, el Apóstol Pablo nos dice de su preocupación sobre el hecho de que había deseos pecaminosos en su carne.

¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? (Romanos 7:24)

Luego Pablo nos dice cómo va a ser rescatado.

Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. (Romanos 8:11-13—NVI)

Cuando Pablo dice que Dios dará vida a nuestro cuerpo mortal, se refiere a que en el Día de la Resurrección nuestro cuerpo de carne y hueso resucitado será revestido con un cuerpo de vida que vendrá del Cielo.

Ya que actualmente nuestro cuerpo mortal está muerto debido al pecado, y ya que tenemos la esperanza de que Dios redimirá nuestro cuerpo mortal en el Día de la Resurrección, entonces no estamos obligados a cumplir los deseos pecaminosos de nuestro cuerpo. ¿Para qué obedecer los malos impulsos de aquello de lo que algún día seremos liberados? ¿Acaso no es mejor avanzar hacia la liberación de tal maldad?

Así que Pablo dice, si el Cristiano elige obedecer las tendencias actuales de maldad que hay en su cuerpo mortal, entonces en el Cielo tendrá esperándolo un manto de maldad que le corresponde. En el Día de la Resurrección él será revestido con corrupción y muerte, corrupción y muerte que él ha estado practicando durante su vida sobre la tierra. Morirá, en lugar de vivir, en el Día de la Resurrección.

Pero si el Cristiano elige dar muerte a los malos hábitos que actualmente hay en su cuerpo mortal, continuamente acercándose al Trono de Justicia para recibir ayuda en la conquista de la lujuria y las pasiones de su cuerpo, entonces recibirá su recompensa en el Día de la Resurrección. Habrá logrado alcanzar la resurrección de su vida. En ese día será revestido con un manto glorioso de justicia que se asemejará al de su Señor.

En los días de Pablo había gente, especialmente los Gnósticos, que decían que no habría resurrección física de los muertos. Pablo no quería escuchar nada de eso.

Les declaro, hermanos, que el cuerpo mortal no puede heredar el Reino de Dios, ni lo corruptible puede heredar lo incorruptible. Fíjense bien en el misterio que les voy a revelar: No todos moriremos, pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta. Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados. Porque lo corruptible tiene que revestirse de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad. Cuando lo corruptible se revista de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: “La muerte ha sido devorada por la victoria.” (1 Corintios 15:50-54—NVI)

Cuando Pablo dice que el cuerpo mortal no puede heredar el Reino de Dios, él se está refiriendo al estado actual de nuestro cuerpo de carne y sangre. Cuando el Señor Jesús resucitó y salió de la cueva de José de Arimatea, Su cuerpo era de carne y hueso, no de carne y sangre. Lo corrupto de nuestro cuerpo es nuestra sangre. Nuestro nuevo metabolismo utilizará al Espíritu Santo en lugar de usar la sangre humana corrupta.

Nosotros no podemos heredar el Reino de Dios en nuestro cuerpo actual. Nuestro cuerpo mortal debe ser transformado por el Espíritu Santo. Esta es la transformación que estamos tratando de lograr viviendo en la obediencia al Espíritu de Dios en nuestra personalidad interior. Es seguro que Dios jamás revestirá a un alma y espíritu desobedientes con un cuerpo de vida eterna, ni por gracia, ni misericordia, ni amor, ni ningún otro factor. Lo que sembremos es lo que cosecharemos. Ésta es una ley inalterable del Reino de Dios. Es extremadamente importante comprender el principio de cosechar lo que se siembra, ya que las predicaciones y enseñanzas de hoy en día dejan la impresión de que si los creyentes viven una vida Cristiana descuidada, que Dios es tan amable que los revestirá con gloria de todos modos –aun cuando se puede observar que las promesas bíblicas de autoridad y cercanía a Dios les son asignadas a quienes hayan vivido una vida victoriosa en Cristo.

En algunas traducciones de la Biblia, 1 de Corintios 15:51 dice: “No todos dormiremos.” El Nuevo Testamento frecuentemente se refiere a la muerte física como “dormir.” Esto es porque algún día el cuerpo será despertado. La muerte que debemos temer es la segunda muerte en la que el espíritu, el alma y el cuerpo serán separados de Dios por la eternidad.

Habrá creyentes que estarán vivos cuando el Señor regrese. Cuando el Señor regrese, Él traerá consigo a los muertos que fueron justos desde los tiempos de Abel. Descenderán con Él y tomarán sus cuerpos de la tierra. Luego sus cuerpos resucitados de carne y hueso serán revestidos con lo que su comportamiento haya producido. El “lino fino representa las acciones justas de los santos.”

¿Puedes imaginarte cómo se verá esto cuando repentinamente los justos de todas las épocas lleguen y estén parados sobre la tierra? ¡Para luego ser revestidos con un cuerpo como el del Señor Jesús!

¿Pero qué hay de quienes todavía estemos vivos? Tendremos que estar tan llenos de fe y obediencia para no mirar atrás cuando sintamos que nuestra sangre es reemplazada por el Espíritu Santo. “¡Acuérdense de la esposa de Lot!”

Como respondamos a este cambio determinará si estamos calificados y si somos competentes para encontrarnos con aquellos que han regresado con el Señor.

Mi opinión es que muchos de los Cristianos que estarán vivos cuando el Señor regrese no tendrán la fe requerida para avanzar a la plenitud de la vida de resurrección. No tendrán suficiente “aceite” en ese momento. Estarán acostumbrados a obedecer a Dios cuando les place. En cuanto se den cuenta de que ya no podrán vivir como una persona de carne-y-sangre mirarán atrás. Para cuando se den cuenta de lo que han hecho, será demasiado tarde.

Si queremos tener la habilidad de pasar de la vida a la muerte y nuevamente a la vida y seguir parados sobre nuestros dos pies, entonces debemos pasar nuestra vida cultivando la fe y la obediencia.

La esposa de Lot tenía la costumbre de hacer lo que le placía. Esa costumbre le evitó permanecer con su esposo e hijas.

Si no hemos tenido la costumbre de obedecer al Señor rápida y diligentemente, entonces no podremos avanzar hacia la plenitud de la vida.

Toda intervención de Dios, ya sea que tenga que ver con ser salvo, o sanado, o lleno del Espíritu, o de entrar a un ministerio, depende de nuestra fe y obediencia para ser implementado. La intervención Divina siempre debe ser acompañada por la activación humana.

El cambio de nuestro cuerpo de pasar de la mortalidad a la inmortalidad sucederá en un instante, en un abrir y cerrar de ojos. Si no estamos listos instantáneamente, no habrá una segunda oportunidad.

Seremos transformados. Nuestro cuerpo corruptible se revestirá a sí mismo de lo incorruptible y lo mortal de inmortalidad. ¿Puedes ver cómo somos nosotros los que nos ponemos lo incorruptible y la inmortalidad? Dios no nos viste. Nosotros mismos nos ponemos nuestras nuevas ropas.

Porque lo corruptible tiene que revestirse de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad. (I Corintios 15:53—NVI)

La Esposa se alista a sí misma.

La enseñanza actual deja la impresión de que Cristo vendrá y con Su poder soberano nos cambiará sin importar nuestra obediencia o nuestra fe. Si este fuera el caso, Él no nos hubiera advertido que recordáramos la esposa de Lot.

El que nos revistamos a nosotros mismos con inmortalidad nos recuerda a la declaración que hizo el Señor de que Él tenía la autoridad y el poder para entregar Su vida y para volver a recibirla. Este es el poder que Dios le dará a quienes regresen con el Señor. Ellos descenderán del reino espiritual y tomarán sus cuerpos, y luego se revestirán con la morada que hayan producido durante su discipulado.

Así sucederá también con aquellos de nosotros que estemos vivos en ese tiempo. Tendremos la autoridad y el poder para dar el paso hacia la inmortalidad y revestirnos a nosotros mismos con lo que Cristo nos entregue.

¡Miren que vengo pronto! Traigo conmigo mi recompensa, y le pagaré a cada uno según lo que haya hecho. (Apocalipsis 22:12—NVI)
Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2 Corintios 5:10—VRV)
Y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente. (El lino fino representa las acciones justas de los santos.) (Apocalipsis 19:8—NVI)
El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. (Gálatas 6:8—NVI)

Observa cuidadosamente de lo anterior:

”Para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo.”

“El lino fino representa las acciones justas.”

“De esa misma naturaleza cosechará destrucción.”

Sabes, conforme estudiamos los pasajes que tienen que ver con lo que el Señor nos dará en aquel día, podemos observar que no tiene nada que ver con que nuestra conducta merezca recibir un premio o un castigo. Es mucho más profundo que eso. Tiene que ver con recibir lo hayamos hecho. Es decir, si hemos practicado la mentira recibiremos mentira. Si hemos practicado la verdad recibiremos verdad. Luego seremos puestos en el lugar que nos corresponda. Si recibimos mentira se nos pondrá en el Lago de Fuego. Si recibimos verdad se nos pondrá en un papel de honor en el Reino. Hay grandes en el Reino y hay pequeños en el Reino –toda clase de papeles y rangos según lo que recibamos en el Día de la Resurrección.

Es importante que tomemos nota especial de “para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo”; “el lino fino representa las acciones justas”; “de esa misma naturaleza cosechará destrucción.” La enseñanza actual sugiere que aunque hayamos vivido agradando a nuestra naturaleza pecaminosa, por gracia cosecharemos justicia y vida. La gracia se considera la gran balanza que evita que haya recompensas o castigos en el Reino de Dios.

La verdad es mucho más equitativa que eso. Recibiremos según lo que hayamos hecho mientras estábamos en el cuerpo. El lino fino representa las acciones justas. La destrucción cosechada por Cristianos desobedientes procede de una naturaleza desobediente que no entró en el programa de santificación de Dios. No es que seamos castigados por ser pecaminosos, sino que se nos regresa esa naturaleza corrupta en el Día de Resurrección.

La gracia no afecta la ley de la causa y el efecto del Reino. La gracia asiste a quienes desean agradar a Dios; pero no está diseñada para ser utilizada, como lo es hoy en día, como un medio para evitar la voluntad de Dios con la esperanza de que uno pueda sembrar pecado y cosechar gloria.

La muerte física será el último enemigo por ser destruido. La muerte será devorada por la victoria en quienes hayan hecho el bien. La muerte será devorada por la corrupción en quienes hayan practicado la maldad. Estas declaraciones están escritas en el Nuevo Testamento y no pueden ser alteradas.

Por medio de la gracia Dios nos da la manera de cambiar nuestra forma de actuar. La gracia no es una nueva forma que Dios usa para relacionarse con el hombre. La gracia es Dios en Cristo ayudándole al hombre a escapar de Satanás y lograr la imagen moral de Dios y el reposo en la Persona y voluntad de Dios mismo. El Reino es un Reino de justicia verdadera, paz verdadera y gozo verdadero.

Esta es nuestra tierra prometida. Estamos próximos a nuestro viaje por el desierto. El pastor, Moisés, está siendo reemplazado por el general, Josué.

Es hora de volver a circuncidarnos, es decir, de despojarnos de la mundanería, del pecado y de la desobediencia que hay en nuestro corazón.

Es hora de alimentarnos del producto de la tierra, del alimento bueno del Reino; porque el maná, nuestra porción diaria de gracia, está por dejar de caer.

Nuestra tierra prometida es: la imagen de Cristo forjada en nosotros; reposo tranquilo en el centro de la Persona y voluntad de Dios; un cuerpo inmortal en el que Dios y el Cordero están reinando (conjuntamente con nosotros cuando hayamos aprendido la obediencia estricta al Padre); las personas salvas de las naciones; los confines de la tierra; y dominio sobre todas las obras de las manos de Dios. Todo esto ha sido prometido a quien elija vivir una vida de victoria en el Señor Jesús.

Satanás considera que el mundo físico, especialmente nuestro cuerpo, es de su posesión. Por esto él, sus ángeles y sus demonios pelearán con furia para conservar lo que habitan.

Es hora de que quien así lo elija que lo haga venciendo al acusador por la sangre del Cordero, por el mensaje de su testimonio y no valorando la vida como para evitar la muerte. En cuanto algunos del pueblo de Dios logren vencer al acusador, Satanás y sus ángeles serán arrojados a la tierra. Entonces los cielos se regocijarán y la victoria total sobre la tierra podrá ser posible. ¡El hombre fuerte habrá sido atado!

Tocó el séptimo ángel su trompeta, y en el cielo resonaron fuertes voces que decían: “El reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis 11:15—NVI)

Ahora que hemos visto cuál es nuestro objetivo tenemos la responsabilidad de buscar el Reino de Dios y Su justicia cada momento de cada día y de cada noche hasta que el Señor nos lleve a estar con Él, aguardando ahí el glorioso Día de días en que nos manifestaremos con Él e instalaremos el Reino de Dios sobre la tierra.

Dios, Cristo y las personas de la tierra esperan tu decisión.

¿Cuál será?

(“El Cuerpo Mortal”, 4116-1)

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