GUARDANDO LA LEY DE DIOS

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducción de Carmen Alvarez


A fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el espíritu. (Romanos 8:4-NVI)

La Ley de Moisés es una forma de alianza abreviada y negativa de la ley moral eterna de Dios.

La Ley de Moisés fue cumplida en Cristo y no tiene autoridad sobre aquellos que han entrado en la crucifixión y resurrección de Cristo. Pero la ley moral de Dios siempre tiene autoridad total sobre todas las criaturas de Dios.

Por ejemplo, nuestra interpretación del Día Sábado, el cuarto mandamiento, se expande para incluir toda nuestra personalidad y estado de existencia y no está limitado a un día de los siete. Creemos que el Señor Jesús desea que veamos a los Diez Mandamientos con una percepción más amplia.

Quizá el error más grave en el pensamiento Cristiano es que la gracia de Cristo nos lleva a la vida eterna y a la comunión con Dios sin tener que obedecer la ley moral eterna. Es un malentendido sobre el Apóstol Pablo de enorme importancia. Este error ha destruido la obra del Reino de Dios en la tierra.

La vida eterna puede existir sólo donde hay justicia que se obtiene de la obediencia a la ley eterna de Dios; la ley escrita en nuestra conciencia y codificada en los cuatro Evangelios y las Epístolas.

El Señor Cristo Jesús obedeció la letra y la intención de la Ley de Moisés (y consecuentemente de a ley moral eterna), y luego murió por nuestros pecados. Ahora podemos recibir a Cristo por fe. Conforme lo hacemos, la justicia procedente de la autoridad justificadora de la sangre del justo Jesús es imputada (atribuida) a nosotros. En base a esto, Dios nos da la vida eterna.

Es después de este estado inicial de redención que el error monumental del pensamiento Cristiano comienza su obra mortífera de socavar el Reino de Dios (el hacer la voluntad de Dios en la tierra). Nunca ha sido la intención de Dios que Su gracia sirva como una alternativa a la obediencia de la ley moral. Sin embargo, los aspectos de la propiciación (mitigación) y remisión (perdón y cancelación) de la gracia Divina sirven mientras que los aspectos dinámicos de esa misma gracia nos están transformando hasta que comencemos a guardar la ley moral eterna por naturaleza.

Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel –afirma el SEÑOR-: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. (Jeremías 31:33-NVI)

Si tal no es nuestro entendimiento y nuestra experiencia, quizá estemos volviendo la gracia de Dios en una excusa para vivir sin reglas. Esto está sucediendo hoy en día en muchos lugares donde el Evangelio de Cristo se está enseñando.

La apostasía de hoy se ha dado en gran medida debido a nuestra falta de entendimiento del Reino de Dios. Estamos imaginando que la salvación Cristiana es una cosa cuando en realidad es otra.

El Reino de Dios, del Cielo, es más “terrenal” de lo que entendemos que es.

El Reino de Dios consiste de personas comunes como tú y yo. Dios nos llama hacia Él. Si respondemos arrepintiéndonos de nuestra forma antigua de vivir, recibiendo a Cristo, y siendo bautizados en agua, Dios nos considera “salvos”.

El ser “salvos” significa que Dios está listo, a través del Señor Cristo Jesús, a prepararnos para morar en Su nuevo mundo. Su mundo de personas humanas resucitadas a quienes se les han devuelto sus cuerpos y viven en vida inmortal.


Los pecadores están aterrados en Sión; el temblor atrapa a los impíos: “¿Quién de nosotros puede habitar en el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros puede habitar en la hoguera eterna?” Sólo el que procede con justicia y habla con rectitud, el que rechaza la ganancia de la extorsión y se sacude las manos para no aceptar soborno, el que no presta oído a las conjuras de asesinato y cierra los ojos para no contemplar el mal. (Isaías 33:14,15-NVI)

El pasaje anterior está en completo vigor hoy como lo ha estado desde la eternidad pasada y continuará a la eternidad futura. El error en la historia es que el pacto nuevo es un estado de gracia tal que Isaías 33:14,15 ya no es aplicable. ¿Acaso nosotros los Evangélicos podremos algún día recuperarnos del tal malentendido sobre el pacto nuevo?

Ser salvos significa que hemos sido rescatados de la unión con Satanás y la imagen de Satanás y estamos participando en el programa que será completado cuando estemos en unión perfecta con el Padre a través del Hijo, y estemos mostrando en nuestros pensamientos, palabras, y acciones la Personalidad del Hijo.

Ver al pacto nuevo como que es principalmente para el perdón de nuestros pecados es perder el propósito principal, el cual es el mostrar una creación nueva en la imagen del Señor Cristo Jesús y en unión con Cristo.

Las cosas que nos suceden desde el momento de recibir a Cristo son con el propósito de “salvarnos”. “Salvarnos” significa eliminar de nosotros los comportamientos que Dios no aceptará en Su Presencia (ver Apocalipsis 21:8 para los ocho comportamientos sobre los cuales la muerte espiritual siempre tiene autoridad, hayamos o no, hecho una profesión de creer en Cristo). Para morar en la Presencia ardiente de Dios debemos de vivir de acuerdo a los diez aspectos de Su ley moral eterna que mencionamos anteriormente.

Nuestro Dios es un Fuego que consume y siempre destruye aquello que viola Su ley eterna. Nosotros los Cristianos debemos de comprender que la gracia Divina a través de Cristo no hace posible que Dios more con los comportamientos que Él rechaza.

Sin embargo, la gracia Divina, bajo el pacto nuevo, nos cubre mientras que Dios cambia nuestra conducta, haciéndonos criaturas nuevas. Cristo fue mostrado con el propósito de destruir las obras del diablo, no para hacer posible que Dios more con el diablo.

Existen recompensas de soberanía, de poder, de oportunidades para el servicio, de cercanía a Dios disponibles para quienes están dispuestos a seguir a Dios a través de los peligros y sufrimientos asociados con la obtención de la Gloria de Dios. Aparentemente, la predestinación juega un papel importante, especialmente al otorgar posiciones para gobernar en el Reino.

El Reino de Dios está compuesto de los miembros mayores y de los menores y de todos los que están intermedios. Estamos en nuestra felicidad máxima cuando le permitimos a Dios prepararnos para el papel y el lugar en particular en Su Reino para el cual Él nos ha creado.

En cada instancia, las obras de la oscuridad deben de ser eliminadas de nosotros. Desde el principio de nuestra salvación en adelante, nuestra posición real en el Reino depende de nuestro llamado individual y también de la diligencia con que logremos el destino para el cual hemos sido tomados por el Señor.


Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu. (2 Corintios 3:18-NVI)

Nuestra tradición presenta la muerte física, el “irnos al Cielo”, como la solución de nuestros problemas.

Pensamos que morir e ir al Cielo automáticamente quitará las obras de las tinieblas de nosotros y nos otorgará recompensas y estatus en el Reino. Esta es una doctrina falsa sin apoyo Bíblico de ningún tipo.

Lo que somos, lo somos hasta que trabajamos con el Espíritu Santo en la transformación de nuestra personalidad. Tal transformación es el pacto nuevo.

Cuando morimos físicamente permanecemos sin cambio a excepción de la ausencia de las varias delicadezas de nuestro cuerpo físico. La vida espiritual interior que nos motiva permanece sin cambios. Si soy una persona egocéntrica y argumentativa sobre la tierra, probablemente seré egocéntrica y argumentativa en el reino espiritual. Necesitaremos espíritus más fuertes para traer paz a nuestra situación, de lo que necesitamos cuando estamos sobre la tierra.

La creación del Reino de Dios es un práctico programa realista y sensible. No hay varitas mágicas que se mueven y nos convierten en algo que básicamente no somos.

El Reino del Cielo es como un grano de mostaza. No hay duda de que esa semilla crecerá dentro de nosotros para siempre conforme somos creados en la imagen de Dios. Pero ya sea que estemos vivos sobre la tierra ahora, o fallecidos y en el reino espiritual, o viviendo en la tierra nueva, lo que somos, somos. Necesitamos comprender esto porque quizá estemos malgastando en este momento tiempo valioso, tiempo que se nos ha dado para que seamos transformados a la imagen del Señor Jesús.

La pena por el pecado en el Edén fue la pérdida de nuestros cuerpos físicos. Nunca fue la intención de Dios que el cuerpo de una persona estuviera sujeta a la decadencia. Dios introdujo la muerte física con la esperanza de que Él finalmente, a través de Cristo, pudiera liberar la creación material de la corrupción. Dios está separando nuestra naturaleza espiritual de nuestro cuerpo físico por un tiempo con la finalidad en mente de crear en nosotros una naturaleza espiritual justa y recta. Cuando hayamos sido creados en la imagen moral de Cristo en nuestra naturaleza espiritual, nuestro cuerpo será devuelto a nosotros.

No podemos recibir de regreso nuestro cuerpo hasta que, a través del Señor Cristo Jesús, logremos la victoria sobre las fuerzas de las tinieblas y de la muerte a la que el hombre está sujeto. No podemos comer del árbol de la vida hasta que venzamos los comportamientos morales sobre los que la segunda muerte tiene autoridad. Vencemos estos pecados escogiendo obedecer a Dios.

Tan pronto como hagamos un compromiso firme a la voluntad de Dios, la Virtud y el poder de Cristo son aplicados a nosotros y se nos permite conquistar los comportamientos que previenen nuestra inmortalidad.

Sólo aquellos que por fe en el Señor Cristo Jesús vencen a los enemigos de la ley de Dios, obtendrán la resurrección a la justicia, inmortalidad y gloria. No obtenemos la resurrección a la gloria por gracia, misericordia ni cualquier otro acto de compasión de Dios. La compasión de Dios sirve para perdonar nuestros pecados y para darnos la autoridad y el poder para obtener la resurrección a la gloria.


Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:11-NVI)

La resurrección de los justos debe de ser alcanzada. No puede ser imputada (atribuida) a nosotros. La resurrección del cuerpo físico hacia la justicia, inmortalidad, y gloria, lo cual es la meta central del Evangelio del Reino de Dios, la conquista del último enemigo, es una área malentendida en el presente. Dios pelea todas las batallas cuando salimos de Egipto. Pero cuando cruzamos el Jordán al suelo de la resurrección, la lucha la hacemos nosotros con la guía y ayuda del Señor.

El programa de “salvarnos”, volviéndonos apropiados para la Presencia de Dios, requiere de nuestra cooperación. Si insistimos en salvar nuestra vida, conservando los comportamientos que son cómodos y familiares pero condenados por la Palabra de Dios (tales como temor, incredulidad, fornicación, codicia), corremos el riesgo, de acuerdo a la Palabra escrita, de ser rechazados por el Señor.

En cambio, cuando produce espinos y cardos, no vale nada; está a punto de ser maldecido, y acabará por ser quemada. (Hebreos 6:8-NVI)

Algunos maestros Cristianos están explicando la salvación como una amnistía incondicional y que ningún comportamiento de nuestra parte puede poner nuestra salvación en peligro.

Desde su punto de vista se nos han perdonado nuestros pecados pasados, presentes, y futuros sirvamos o no al Señor.

Las Escrituras nos enseñan que las obras de la naturaleza pecaminosa no pueden entrar al Reino de Dios. Pero Satanás está susurrando, “ciertamente no morirás”.

Tales maestros se imaginan la meta de la salvación Cristiana como la residencia eterna en el Paraíso espiritual. “Si Dios nos ha perdonado a través de la gracia, ¿por qué no podemos ser admitidos para vivir para siempre en el Paraíso espiritual?“.

La meta de la salvación Cristiana no es vivir por siempre en el Paraíso espiritual. La meta de la salvación Cristiana es la restauración de lo que fue perdido en el jardín de Edén: vida eterna en el cuerpo vivida en un Paraíso material en el que Dios está presente.

Aun más glorioso que esto, Dios está buscando morar en nosotros. Esto es el Reino de Dios, la unidad eterna de lo Divino y lo humano, lo espiritual santo y lo material santo, la restauración del Paraíso y la tierra.

Quizá descubramos que aquellos que han muerto ansían por el Día de la Resurrección, por el momento en que ganarán nuevamente el mundo material.

De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra. (Apocalipsis 5:10-NVI)

“¡Sobre la tierra!”

El papel de la gracia Divina no es el de traer gente que no ha cambiado al Paraíso, perpetuando el problema de Edén. Mas sin embargo, el papel de la gracia Divina es de perdonar a los hijos del hombre, a través de la expiación hecha por Cristo en la cruz del Calvario, y luego para impartir Vida Divina a ellos para que puedan arrojar las cadenas de las tinieblas y de la muerte y volvernos aptos nuevamente para disfrutar de la Presencia de Dios en el jardín.

El Padre no vino al hijo pródigo mientras todavía estaba sentado en el chiquero y le dijo, “Si aceptas mi perdón, te haré Señor sobre mi casa”. No le prometió, “Si sólo levantas tu mano como señal de aceptación podrás continuar con tus borracheras, tus fornicaciones, tus juegos de azar, tu vida desenfrenada. Por mi gracia tú gobernarás sobre todo lo que poseo”.

Sin embargo, esto es lo que a veces es presentado como el Evangelio del Reino de Dios.


Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (Romanos 8:29)

La historia del hijo pródigo es la historia universal más contada. Es la historia de Sansón, de cada persona nacido sobre la tierra como un individuo, de la humanidad completa, e históricamente de la Iglesia Cristiana. Dios nos da sus riquezas. Entonces las despilfarramos de acuerdo a nuestros deseos inmorales. Finalmente “volvemos en sí“. Nos damos cuenta de que la casa de nuestro Padre es de mayor valor que el mundo. Nos levantamos y regresamos a nuestro Padre. Él nos está esperando porque somos Sus hijos. Su alegría es grandiosa conforme celebra nuestro regreso de la muerte.

Nosotros no traemos los puercos y los desperdicios de regreso al hogar. Regresamos corregidos y arrepentidos. Estamos listos para ser sirvientes para Dios pero Dios nos acepta como a un hijo. Son los ángeles los que son los sirvientes.

Nuestra recepción al llegar al hogar no marca el final de nuestra salvación sino el comienzo. No hay duda que muchos años pasaron antes de que el hijo pródigo pudiera sacar a los “puercos” de su personalidad.

Una cosa es sacar al hombre del pozo negro. Otra cosa es sacar el pozo negro del hombre. Sacar al hombre del pozo es el arrepentimiento. Sacar el pozo del hombre es la salvación.

Esto es de lo que se trata la salvación Cristiana. Primero, el amor de Dios, obrando a través de la expiación, jala al hombre fuera del basurero. La gracia de Dios y Su Divina Naturaleza arroja la basura fuera del hombre.

El Reino de Dios es práctico y comprensible. Dios nos está “salvando” para que nos volvamos como Él en naturaleza, aceptables a Él en nuestra personalidad y comportamiento. Dios logra esto por el nuevo nacimiento y luego por el crecimiento en la Naturaleza Divina del Señor Cristo Jesús. Lo que somos, somos. La muerte física no cambia lo que somos. Solamente conforme participamos en Cristo somos cambiados.

Si endurecemos nuestro corazón, rehusando cooperar con el Espíritu Santo, el juicio Divino nos llega con la intención de hacernos partícipes de la justicia y santidad de Dios. Si endurecemos nuestro corazón aun más, nos trasladamos a suelo espiritual peligroso. Nos convertimos en el adversario de Dios.

Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay sacrificio por los pecados. (Hebreos 10:26-NVI)

La gente de Dios debe de ser advertida en este día. Es hora de un arrepentimiento de corazón y de un nuevo día, el comienzo del Jubileo de la liberación. Es el comienzo de la restauración de todo lo que Adán y Eva perdieron. Es el cumplimiento de la Palabra hablada por los profetas de Dios.

El Señor Cristo Jesús está listo para purificar a los miembros de Su Cuerpo con un bautismo de fuego, rompiendo el poder del pecado en ellos. Es hora de tomar el Reino. Somos los primeros frutos de la humanidad. La creación material espera ansiosa la revelación de los hijos de Dios. Las naciones no pueden salir de las prisiones de la esclavitud y la corrupción y recibir la vida eterna hasta que los santos estén listos para ministrarles Cristo a ellos.


Ahora bien, ten en cuenta que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. La gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios. Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad. ¡Con esa gente ni te metas! (2 Timoteo 3:1-5-NVI)

La opresión espiritual ya nos pesa grandemente. La cizaña está llegando a su madurez. La época de horrores morales está a la mano. Es hora de levantarse y brillar, porque la mayor gloria de Dios ha sido reservada para este día de batalla.

Es hora de prepararnos para servir al Señor.

A través de la historia la religión frecuentemente se ha usado como la manera para justificar mal comportamiento. Hoy, la doctrina de salvación por gracia de Pablo está siendo usada como un método para justificar el mal comportamiento de los creyentes en Cristo. El corazón y la mente humana tienen éxito en corromper lo que está diseñado para promover la rectitud, humildad, y la misericordia con un velo para cubrir tortuosidad, inmoralidad, codicia, y orgullo.

La tendencia hacia la corrupción ha dado un nuevo giro en nuestro día, o quizá no sea tan nuevo.

Los últimos cientos de años de la historia han sido testigos del surgimiento de lo que Pablo dijo cuando profetizó que en los últimos días los hombres serían “amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios…“. La filosofía del humanismo ha penetrado al pensamiento Cristiano produciendo un modelo falso de la comunión entre Dios y el hombre.

El modelo nuevo y no Bíblico pone a Dios tratando de traer todo tipo de felicidad y satisfacción al hombre mientras que Satanás, debido a su enojo hacia Dios y despecho hacia el hombre, busca siempre destruir la felicidad del hombre y evitar que logre su auto-realización. Aparentemente mucha enseñanza Cristiana asume que este es un modelo verdadero de la comunión entre Dios y el hombre.

Luego también tenemos a quienes dicen que el “Jehová” del Antiguo Testamento es el malo mientras que Satanás es la fuente de felicidad y paz (¡puedes imaginarte eso!).

El modelo verdadero de las Escrituras presenta a Dios poniendo a Cristo como el centro y la circunferencia de todas las personas, cosas, y circunstancias. El hombre debe de hacerse a la imagen de Cristo y lleno del Espíritu de Cristo. Satanás, debido a que desea alabanza y glorificación, busca siempre prevenir la alabanza y glorificación de Cristo.

El primer modelo describe a Satanás como que está atacando el bienestar del hombre, o como mencionamos, a veces buscando la alegría y satisfacción del hombre.

El segundo modelo describe a Satanás como atacando el bienestar de Cristo.

El primer modelo puede ver el amor y la Gloria de Dios sólo cuando el hombre está feliz.

El segundo modelo puede ver el amor y la Gloria de Dios en toda situación donde Su voluntad se está efectuando.

El primer modelo insiste que Dios contesta las oraciones del hombre.

El segundo modelo piensa en la oración como la manera de traer la voluntad de Dios y la voluntad del hombre a una armonía.

El primer modelo está centrado en el hombre.

El segundo modelo está centrado en Cristo.

Pero, quizá uno replique, si el hombre está hecho a la imagen de Cristo y lleno con el Espíritu de Cristo, él estará feliz y realizado. Esto nuevamente es buscar el hacer que el bienestar del hombre sea el centro de todas las cosas.

Si en el futuro hemos de prevenir que ocurran nuevamente los errores lamentables de hoy en día en nuestros pensamientos, debemos de reconocer que el amor, los propósitos, y los programas de Dios están centrados en Cristo, no en el hombre.

La mujer fue hecha para el hombre, no el hombre para la mujer. Nosotros fuimos hechos para Cristo, no Cristo para nosotros. Cuando hacemos al Señor Jesús el método de lograr los propósitos del hombre desvirtuamos las Escrituras.

El hombre es un medio a los propósitos de Dios. Dios nunca debe de ser hecho un medio a los propósitos del hombre.

Para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra. (Efesios 1:10-NVI)
Mi ardiente anhelo y esperanza es que en nada seré avergonzado, sino que con toda libertad, ya sea que viva o muera, ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo. (Filipenses 1:20-NVI)

(“Guardando la Ley de Dios”, 4117-1)

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