DIVERSIDAD DE DESTINOS

Tomado de: Es Hora para una Reformación del Pensamiento Cristiano

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional
Traducido por Carmen Alvarez


Los Cristianos no están poniendo suficiente atención a los diferentes destinos que están disponibles para aquellos a quienes Dios va a salvar de la destrucción. Para cada persona que escape del Lago de Fuego existe una gran variedad de papeles que desempeñar y oportunidades para servir. Estos abarcarán en autoridad y gloria desde ser sentado en el Trono de Cristo hasta ser “salvo, pero como quien pasa por el fuego”.

Las enseñanzas y las predicaciones Cristianas dejan a las personas con la impresión de que sólo están disponibles dos destinos para la humanidad: ser salvo o estar perdido; y que a todos los que son salvos se les dará básicamente la misma recompensa. Sin embargo, no es verdad que los destinos de todas las personas salvas serán tan similares que no valga la pena examinar el tema. La diferencia entre los destinos que los salvos podrán lograr es realmente importante. Las recompensas que las Escrituras nos presentan son deseables. Éstas serán nuestra posesión por toda la eternidad. El temor de ser castigados y la esperanza de gloria nos proveen con la mayor motivación para servir al Señor con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas.


DIVERSIDAD DE DESTINOS

Las enseñanzas y las predicaciones Cristianas dejan a las personas con la impresión de que sólo están disponibles dos destinos para la humanidad. Una persona se sentará sobre el Trono de Cristo como uno de los reyes y sacerdotes de Dios o pasará la eternidad en el Lago de Fuego.

Existe por lo menos un aspecto en el plan de redención que realmente sólo tienen una opción. Tiene que ver con el destino del individuo después del juicio que sucederá cuando concluya la Era del Reinado de los mil años (Apocalipsis 20:11-15). Durante este juicio, la persona o será llevada a disfrutar de la vida eterna en el cielo nuevo y la tierra nueva del reinado de Cristo o será echada al Lago de Fuego preparado para el diablo y sus ángeles.

Cuando consideramos a los que serán llevados a disfrutar de la vida eterna sobre la tierra nueva podemos ver en las Escrituras que habrá personas salvas sobre la tierra nueva que no serán parte del Trono de Cristo. Los miembros del Trono, de la nueva Jerusalén, de la Esposa del Cordero, son un grupo de personas salvas que ocuparán la tierra nueva. Pero, además, habrá naciones de personas salvas habitando sobre la tierra nueva, sobre quienes la Esposa del Cordero reinará:

Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus espléndidas riquezas. (Apocalipsis 21:24—NVI)

La “ciudad” en el versículo anterior es la Esposa del Cordero. Las “naciones” son las personas salvas de la tierra. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo nos revelan que los santos de Dios reinarán sobre las naciones salvas.

La nación o el reino que no te sirva, perecerá; quedarán arruinados por completo. (Isaías 60:12—NVI)
Ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios los alumbrará. Y reinarán por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 22:5—NVI)

En cuanto se entra a una discusión sobre nuestro tema se vuelve evidente que la salvación no es sólo un caso de ser salvo o de estar perdido. En lugar de dos posibles destinos tenemos tres: ser miembro del sacerdocio reinante–la Esposa del Cordero; ser miembro de las naciones de personas salvas de la tierra nueva; o ser miembro de la familia de Satanás y sus ángeles.

El significado principal del término salvo es “liberado del Lago de Fuego, de la muerte espiritual, y llevado a la vida eterna.” Ser salvo en un sentido más completo es ser llevado desde ser la imagen de Satanás y estar en unión con Satanás hasta llegar a ser la imagen de Dios y estar en unión con Dios.

El significado actual que le damos a la palabra salvo es el de rescatar, como en salvar a una persona de ahogarse. No tenemos la menor idea de en qué tipo de persona se convertirá o qué tipo de vida tendrá después de salvarse de ser ahogada. Todo lo que sabemos es que no murió; que fue llevada de la muerte a la vida.

Todo individuo que a final de cuentas no sea echado al Lago de Fuego, será llevado al reinado del Señor Jesucristo en el cielo y la tierra nueva. En este sentido, la salvación es un arreglo entre dos opciones. O somos asignados al Lago de Fuego o se nos permite vivir eternamente en la Presencia y bendición de Dios.

El problema en el pensamiento Cristiano es que no ponemos suficiente atención a los diferentes destinos que están disponibles para quienes Dios salve de la destrucción. Para aquellos que escapen el Lago de Fuego existe una gran variedad de papeles que desempeñar y oportunidades de servicio. Estos abarcan en autoridad y gloria desde ser sentado en el Trono de Cristo hasta ser “salvo, pero como quien pasa por el fuego” (1 Corintios 3:15). Hay grandes y pequeños en el Reino.

Debemos mantener en mente dos hechos:

El destino eterno de la gente, con la excepción de los miembros del real sacerdocio, no se decidirá hasta el final de la Era del Reinado de los mil años.

Las Escrituras en varios pasajes hablan sobre la variedad de recompensas y castigos.

Las Escrituras dicen muy poco sobre lo que nos sucederá cuando muramos. El énfasis está en lo que sucederá en el Día de Cristo. Una breve repasada a las Epístolas demostrará este hecho.

Entreguen a este hombre a Satanás para destrucción de su naturaleza pecaminosa a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor. (1 Corintios 5:5—NVI)

No es verdad que si somos salvos entonces heredaremos plenamente la Gloria de los reyes y sacerdotes de Dios. No es verdad que los destinos de todos los que son salvos serán tan similares que no tiene mucho caso examinar el tema.

La doctrina de que los destinos de los salvos son similares tiene por lo menos dos efectos dañinos sobre los creyentes:

El motivo bíblico para competir en la carrera victoriosa, que es lograr las recompensas de soberanía y oportunidades de servicio eterno, ha sido grandemente debilitado.

Esto confunde la interpretación sencilla y directa de los versículos de las Escrituras.

Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. (Mateo 5:19—NVI)

“Será considerado el más pequeño en el reino.” “Será considerado grande en el reino.”

Las diferencias en los destinos de la gente conforme pasen de la tierra quizá prueben ser mayor que las diferencias en sus características y en los papeles que desempeñaron sobre la tierra.

Parece haber una suposición en la doctrina popular Cristiana sobre la salvación. Tiene que ver con que la muerte física cambiará lo que somos, llevándonos de la condición espiritual en la que estamos actualmente a un estado de gloria y bendición. Como consecuencia natural recibiremos, cuando el Señor regrese, un cuerpo glorificado como el que Jesús recibió.

Se enseña que si “aceptamos a Jesús” nos pareceremos a Él cuando muramos, y que iremos a vivir por la eternidad en una tierra donde ya no habrá la oportunidad de pecar contra Dios. La cuestión del pecado queda resuelta por la muerte física. La liberación de las ataduras del pecado llega por la muerte física. El “último enemigo”, la muerte física, se ha vuelto nuestro redentor.

Sin embargo, no existe evidencia en las Escrituras que sucederá un mejoramiento espiritual en nosotros como consecuencia de, o al tiempo de, nuestra muerte física. La postura de las Escrituras es que cada individuo, en el Día del Juicio, será recompensado según su conducta sobre la tierra. Las Escrituras casi guardan silencio en cuanto al periodo de tiempo entre nuestra muerte física y la aparición de Cristo en las nubes.

Debemos suponer que lo que somos en nuestra personalidad eso es lo que somos. No existe base en las Escrituras para creer que la muerte física cambiará lo que somos. Cuando despertemos en el Día del Juicio nuestra personalidad no habrá cambiado. De hecho, en lo que nos hayamos convertido durante nuestra vida sobre la tierra eso es lo que se manifestará en ese día.

El testimonio de los Cristianos que han penetrado el reino espiritual, que han penetrado la vida después de la muerte, muestra que no experimentaremos ningún cambio cuando muramos aparte del alivio de desprendernos de nuestro cuerpo mortal.

El pecado es un fenómeno puramente espiritual. No tiene nada de físico. El cuerpo mortal de la gente tiene apetitos y afecciones decretados por Dios. Si no hubiera ningún tipo de influencia exterior, el hombre estaría en el Paraíso.

La guerra se encuentra en el reino espiritual. Dios y Su Cristo, junto con los ángeles electos, son justos en personalidad y conducta. Pero existe un ejército de espíritus y demonios malvados y rebeldes. Estos espíritus inmundos encienden y distorsionan los apetitos y las afecciones naturales de la carne.

Con esto podemos comprender que la muerte física no logra nada en cuanto a mejorar nuestra justicia. Aunque posiblemente vayamos a un medio ambiente en el reino espiritual que esté sobre el área donde los malvados se expresan, de todos modos nosotros no seremos transformados por este cambio de lugar.

Llevar a un espíritu malvado al Paraíso no transformará la naturaleza interior del malvado. No vamos al Paraíso para experimentar una transformación. Ésta sucede aquí conforme caminamos con Cristo.

Sundar Singh, un visionario Cristiano famoso, testificó que vamos al área del reino espiritual que nos corresponde. Otros escritores Cristianos que han tenido visiones de la vida después de la muerte confirman que se nos pone según nuestro desarrollo, que el mundo espiritual no está sólo dividido en un profundo Infierno y un altísimo Cielo sino en grados de Cielo y grados de Infierno.

Ya que las Escrituras no lo niegan, y dado que este agrupamiento de personas según desarrollo y llamamiento espiritual sucede hasta cierto grado mientras todavía estamos vivos sobre la tierra, y dado que esta colocación es razonable y compasiva, nosotros creemos que las personas –Cristianas o no por sus creencias– al morir, pasarán al reino hecho específicamente según su desarrollo espiritual, para esperar ahí el Día del Juicio.

Esto no quiere decir que Dios no perderá a algunos cuando les llegue la muerte física, ni que los malvados no irán inmediatamente a las llamas del Infierno, para esperar el juicio del trono blanco. Parece evidente según las Escrituras que este será el caso. Nuestro punto es que existen otros –un gran “mar” de gente– que no podrán estar en la Presencia de Dios y del Cordero cuando mueran físicamente pero que tampoco serán echados a las llamas, sino que se encontrarán con personas de desarrollo similar.

Es la opinión del autor que la muerte física no resulta en el agrupamiento de personas en dos compañías homogéneas; sino que resulta en la definición cuidadosa del progreso, o falta de, en cuanto al carácter santo de cada individuo. Esperemos que este sea el caso.

Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, (Hebreos 9:27—NVI)

Hay salvación en el nombre y en la sangre del Señor Jesucristo. Cuando escuchamos el Evangelio de Cristo debemos recibir a Cristo, ser bautizados en agua, y servirle con todo nuestro corazón. Si no recibimos a Cristo cuando nos es presentado entonces caemos bajo la condenación de Dios. Debemos recibir a Cristo cuando nos es presentado. Dios no aceptará que rechacemos a Su Hijo.

Si somos un santo verdadero, Cristo está morando en nosotros. Los ángeles tomarán nota de esto cuando pasemos al reino espiritual. Sin embargo, aun esta maravillosa provisión no nos pone automáticamente en el mismo rango que tiene en el Reino el Apóstol Pablo. Nosotros seremos puestos donde quepamos, donde pertenezcamos, donde nos hayamos preparado para morar, al grado de Fuego Divino que podamos soportar. No todos se sentarán a la derecha de Cristo cuando Él aparezca en gloria. ¡Pero algunos sí!

Nosotros podemos ver esta realidad el día de hoy. Algunos Cristianos buscan a Dios continuamente para morar en Su Presencia. Otros no son tan celosos en su búsqueda de la Presencia del Señor. Éstos están contentos con morar al margen de la gracia de Dios, preocupándose solamente de que no se alteren sus rutinas. No están en paz en una asamblea de santos más fervientes.

Es evidente que los Cristianos que tienen muy poco deseo de pasar tiempo en la Presencia de Dios mientras están viviendo en este mundo no podrán, simplemente porque han profesado fe en la expiación, ser llevados al centro mismo del Fuego Divino cuando mueran físicamente. Se sentirían consternados al pensar en tener que vivir en una atmósfera como esa aquí y ciertamente Dios no los atormentará con Su Presencia en el Paraíso.

La relación que tengamos con Dios y con Cristo continuará después de morir. Lo que somos, somos, y lo que somos determinará nuestra posición después de morir. Este es el punto de vista del autor así como el testimonio de varios visionarios Cristianos.

En el Día de Cristo, lo que somos será manifestado. Entonces seremos recompensados según lo que hayamos practicado en nuestro cuerpo. Si hemos estado aprendiendo nuestras lecciones espirituales y creciendo en Cristo entonces seguiremos aprendiendo y creciendo. Si hemos sido negligentes o si hemos rechazado la redención Divina, existe para nosotros una espera temible de la ira Divina. Existe abundante apoyo en las Escrituras para decir esto.

Quítenle las mil monedas y dénselas al que tiene las diez mil. Porque a todo el que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. (Mateo 25:28, 29—NVI)

Qué diferencia haría en la vida de los Cristianos si éstos comprendieran que la muerte física no cambiará lo que son sino que ¡manifestará lo que son!

Consideremos la doctrina de los “golpes”:

El siervo que conoce la voluntad de su señor, y no se prepara para cumplirla, recibirá muchos golpes. En cambio, el que no la conoce y hace algo que merezca castigo, recibirá pocos golpes. A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aun más. (Lucas 12:47, 48—NVI)

Un hombre no es juzgado por los dones de otro hombre. Cada individuo es responsable sólo por la luz que le ha sido dada a él. Ya que ninguna persona puede venir a Cristo a excepción de que el Padre lo atraiga, se vuelve claro que es Dios el que decide cuánta luz recibirá cada persona. Por lo tanto, no debemos ser severos en nuestro juicio de la gente.

Primeramente, observemos que Lucas 12:47, 48 se está refiriendo a los siervos del Señor. El versículo 46 hace un contraste entre los siervos del Señor y los “incrédulos”.

El señor de ese siervo volverá el día en que el siervo menos lo espere y a la hora menos pensada. Entonces lo castigará severamente y le impondrá la condena que reciben los incrédulos. (Lucas 12:46—NVI)

Nosotros consideramos que los “golpes” no indican el Lago de Fuego. “Golpes” implican un castigo, una paliza, pero no la destrucción. Quizá existan muchas formas de castigo en el reino espiritual. Ser asignado al Lago de Fuego es la pena máxima. Las Escrituras enseñan que el tormento del Lago de Fuego perdura para siempre. La doctrina de “muchos” y “pocos” golpes implican diferencias en el número o en la duración, siendo que los pocos terminan antes que los muchos, y posiblemente diferencias también en la intensidad.

La doctrina de “golpes” sugiere corrección y no destierro de la Presencia de Dios como en el caso del Lago de Fuego.

Si estamos en lo correcto de asumir que los “muchos” y los “pocos” golpes no se están refiriendo a la separación final y al tormento en el Lago de Fuego, ¿a qué se están refiriendo? ¿Qué significará para el descuidado –y sin embargo salvo– recibir golpes en la Presencia de su Señor?

El reino espiritual puede ser considerado en los mismos términos que el reino natural ya que los dos reinos son más similares que diferentes. Nosotros podemos estudiar la manera en que el Señor nos castiga en el reino natural para comprender cómo Él nos castiga en el reino espiritual.

El Cristiano desobediente puede sufrir enfermedad (o la enfermedad de un ser querido), algún tipo de accidente, angustia mental por la pérdida de la Presencia del Señor, pérdida de poder en la oración, pérdida en la alegría al leer las santas Escrituras, o toda una gama variada de problemas, dolores y dificultades. El camino del trasgresor ciertamente es difícil. Los rebeldes habitan en una tierra árida. Adán y Eva fueron alejados del jardín del Edén y obligados a vivir a trabajos forzados en un ambiente hostil.

Nosotros estamos sugiriendo que existen en el reino espiritual réplicas a estas aflicciones y tribulaciones. No cesan necesariamente cuando nos morimos. ¿Qué versículo en las Escrituras dice que al morir ya no podemos ser disciplinados?

Nuestra paz proviene de obedecer a Cristo, no de morir y pasar al reino espiritual. ¿Quién puede saber lo que nos espera cuando pasemos al reino espiritual? Las únicas garantías que tenemos son las que se encuentran en las Escrituras. El resto de lo que creemos es pura conjetura.

Alguien que se ha alejado del Señor puede dar testimonio de los años de agonizante esfuerzo que ha tenido que soportar, o que está soportando, intentando recobrar la Presencia y la alegría de Cristo en su vida. Cuando observas a alguien que se ha alejado del Señor clamar a Dios para volver a sentir su misericordia atestiguas una experiencia que da que pensar.

Para aquellos que quizá protesten que las Escrituras indican que el que se ha alejado del Señor está instantáneamente perdonado y que no tiene necesidad de sufrir agonía, queremos decirle que la salvación que proviene del Señor es más tangible que esto. Es algo que podemos tocar. Nuestra salvación es más que creer en el texto de las Escrituras.

Para aquellos que realmente han conocido al Señor, cuando Él los reprende y aleja Su Presencia la vida es agonizante. Ellos saben cuando han perdido su alegría y cuando les ha sido regresada. Quizá tengan que caminar fielmente con un alma seca durante muchos años, confiando en las Escrituras, antes de que su seguridad les sea restituida.

Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga. (Salmo 51:12—NVI)

El fundamentalismo es fuerte cuando nos recuerda que las Escrituras son santas y eternamente incambiables. El fundamentalismo es débil cuando nos enseña a sustituir una profesión de fe en el texto por una experiencia viva con Dios.

La afirmación de que poseemos algo porque la “Biblia lo dice” puede producir una “salvación” vacía de la espléndida Presencia del Señor. Las Escrituras nos guían al Jesús vivo. La vida eterna se encuentra en Él, no en el texto de la Biblia.

La sequedad espiritual por la que pasa el que está regresando hacia el Señor no debe ser confundida con los desiertos áridos por los que el Señor lleva a Su Prometida conforme perfecciona su amor, su fe y su paciencia. Debemos aprender a caminar bajo la nube de bendición en el día y según la dirección del fuego de Su Palabra escrita por la noche.

¿Crees posible que nuestras experiencias en este mundo puedan enseñarnos lo que podemos anticipar en el reino espiritual si no hemos respondido a toda la luz que nos ha sido dada?

El Dr. Ritchie, en su libro inspirador, Return from Tomorrow (“Regreso del Mañana”, Waco, Texas: Chosen Books, 1978), habla sobre el destino de los suicidas. Aunque habitan en forma espiritual, están obligados a permanecer en la presencia de las personas a quienes han lastimado por el pecado de haber tomado sus propias vidas. Sus repetidos clamores de remordimiento no pueden ser escuchados por sus seres queridos. Este quizá pueda ser el menor de sus “infiernos”, de sus “golpes”.

De ninguna manera intentamos sugerir que cada vez que alguien se enferma, o que un ser querido se enferma, o que se vuelve difícil para nosotros orar o estudiar la Palabra de Dios, que hemos sido desobedientes a Dios. En muchas ocasiones éstas son las tribulaciones normales que todo Cristiano pasa. Estas pruebas son para nuestro fortalecimiento.

Las aflicciones nos enseñan a orar y a dejar de pecar (Santiago 5:13; 1 Pedro 4:1). Después de sufrir suficientemente Dios nos hará perfectos, nos restaurará, nos hará fuertes, firmes y estables (1 Pedro 5:10).

También es verdad que el Cristiano pecador y desobediente frecuentemente recibe en esta vida actual las consecuencias de su desobediencia. Las Escrituras sugieren que su castigo continuará en el reino espiritual cuando pase de este mundo al siguiente a excepción de que se arrepienta completamente.

Los pecados de algunos son evidentes aun antes de ser investigados, mientras que los pecados de otros se descubren después. (1 Timoteo 5:24—NVI)

No existe pecado en el Reino de Dios. En el Día de Cristo, los hombres recibirán lo malo que les corresponde (2 Corintios 5:10).

Parece ser que muchos creyentes mueren sin resolver serios problemas en su comportamiento. ¿Qué versículo de las Escrituras dice que su corrección no continuará después de que mueran? La implicación en las enseñanzas de Jesús es que continuarán siendo castigados –especialmente en el Día de Cristo.

Nosotros los Cristianos tenemos muchas tradiciones con respecto a lo que nos sucederá cuando muramos, y con respecto a la naturaleza del Cielo, que están basadas parcialmente en las visiones de los santos. El autor no desacredita estas visiones sino que las considera de inspiración.

Nosotros siempre debemos considerar que la mayoría de nuestras tradiciones con respecto al Cielo y a lo que nos sucederá después de morir, surgen del desafortunado uso del término “mansiones” (en algunas versiones de la Biblia) en Juan 14:2 –un uso que no puede ser defendido lexicológicamente, según el contexto, ni por ningún otro principio de interpretación de las Escrituras. Nuestra tradición de “morir e ir al Cielo para vivir en una mansión” no está basada sólidamente en las Escrituras.

El Apóstol Pablo habla sobre el que es “salvo, pero como quien pasa por el fuego” (1 Corintios 3:15).

¿Alguna vez nos hemos puesto a considerar lo que significa ser salvo, pero como quien pasa por el fuego? ¿Salvo por fuego?

Si esta expresión se está refiriendo, por ejemplo, a la experiencia de Lot cuando fue arrastrado de Sodoma, entonces estamos hablando aquí de una increíble pérdida de herencia. Lot, un hombre rico, entró a Sodoma con mucho ganado. Salió de ahí viudo y pobre.

La relación incestuosa de las dos hijas de Lot con él produjo a Moab y a Amón. Dios dijo, “No podrán entrar a la asamblea del SEÑOR los amonitas, ni ninguno de sus descendientes, hasta la décima generación” (Deuteronomio 23:3—NVI).

Los Moabitas y los Amonitas fueron una espina en el costado para el pueblo de Israel. El rey de Moab fue el que contrató a Balán para maldecir a Israel y el que sedujo a los Israelitas guerreros para que pecaran.

¿Acaso es esto lo que queremos, ser salvos como Lot quedándonos sin herencia y que nuestro fruto cause enojo al Señor? Compara la herencia de Lot con la herencia de Abraham.

Muchos Cristianos usan el concepto de ser salvos como quien pasa por el fuego para probar que una vez que han profesado fe en Jesús que nunca podrán perderse. Esto se debe a que no comprenden la diversidad de destinos que son posibles en el Reino de Dios. Asumen que si son “salvos” ya no tendrán ningún problema. Creen que cuando el Señor regrese ellos serán transformados en gigantes espirituales, que se sentarán en el trono de Jesús, y que gobernarán las naciones con puño de hierro.

Si es cierto lo que nosotros estamos afirmando, que el ser salvo como quien pasa por el fuego indica la pérdida de nuestro derecho como hijos mayores de Dios de tal manera que entramos ciegos, sordos y desnudos al reino espiritual, para esperar ahí el regaño cáustico del Señor en el Día del Juicio, entonces ser salvo como quien pasa por el fuego no es una perspectiva muy feliz que digamos.

Los creyentes de hoy en día que esperan ser “arrebatados” en cualquier momento no tienen ningún concepto de lo que sería ser llevados a la Presencia del Señor en sus pecados, en su insensatez y en su desobediencia a Dios.

El Señor Jesús nos advirtió claramente en los Evangelios que cuando Él regrese, pedirá de Sus siervos cuentas estrictas de su conducta. Esta es la enseñanza de las Escrituras y debería ser enfatizado.

Aquellos que dicen que nunca podemos ser perdidos después de haber profesado una vez a Cristo emplean 1 de Corintios 3:15 para apoyar su argumento. Su idea de ser salvo como quien pasa por el fuego parece ser que creyentes descuidados y desobedientes heredarán una mansión de dos pisos en lugar de una mansión de tres pisos.

¿Acaso nunca han experimentado una prueba de fuego del Señor?

¿Acaso piensan que ser salvos como quien pasa por el fuego es una experiencia agradable? ¿Se imaginan que los “golpes” administrados a los siervos desobedientes del Señor serán unos leves manotazos?

¿Nunca han considerado las largas y apasionadas pruebas que la mayoría de los siervos obedientes del Señor aguantan para luego deducir lo que sucederá realmente con los Cristianos descuidados y desobedientes? ¿No comprenden que hasta los justos con dificultad se salvan? (1 Pedro 4:18).

Muchos de los elegidos del Señor serán castigados en este mundo por sus pecados y su desobediencia. Si de todos modos no se han arrepentido a satisfacción del Señor continuarán siendo castigados después de que mueran. Nosotros basamos este entendimiento en las Palabras del Señor en el Evangelio y no conocemos ninguna Escritura que diga lo contrario.

También creemos que los “golpes” que los santos sufren en el mundo actual, y quizá también en el siguiente, son para su salvación. Los golpes no son la misma sentencia que el horror de horrores –ser echado al Lago de Fuego sin la esperanza de ser liberado.

Ciertamente no creemos que tarde o temprano todas las personas se salvarán. Las Escrituras claramente enseñan lo contrario, según lo entendemos nosotros. Tampoco estamos sugiriendo el concepto de una “segunda oportunidad.”

Algunos pueden estudiar nuestros argumentos y razonar que pueden ser desobedientes a Cristo en esta vida, sufrir por algún tiempo en la siguiente, y al final ser salvos y recompensados en la gloria. Tales personas no comprenden que Dios atrapa a los astutos en su astucia (Job 5:13). Dios conoce los razonamientos de sus corazones y lidiará con ellos de acorde.

Quizá Dios decida que hay tanta maldad y engaño en sus corazones que hasta sus nombres sean borrados del Libro de la Vida –¡profese ser Cristiano o no! ¡El Señor no puede ser engañado!

Nuestro Señor Jesús es el gran y terrible SEÑOR, así como el Pastor bondadoso. Si somos sabios lo amaremos y le serviremos con todo nuestro corazón.

Ser salvo como quien pasa por el fuego realmente es una perspectiva temible. El proceso quizá pruebe ser muy, pero muy prolongado y doloroso.

La enseñanza Cristiana actual presenta que sólo dos destinos están disponibles para las personas: el Cielo más alto o el Infierno más profundo; ser un rey y sacerdote de Dios o ser atormentado en el Lago de Fuego por la eternidad.

Sí es cierto que seremos salvos o que estaremos perdidos. Pero en medio de los extremos de ser uno de los reyes de Dios, o de ser atormentado por la eternidad en el Lago de Fuego, hay una diversidad de estados que deben ser considerados.

Uno de los mayores problemas con la enseñanza Cristiana actual es que le agregamos a la doctrina de los dos-destinos la idea de que una vez que hemos hecho una profesión de fe en el Señor Jesucristo entonces nuestro destino será ascender al trono más alto de gloria después de que muramos y que nunca experimentaremos dolor ni regaños en el reino espiritual sin importar cómo nos hayamos comportado en el mundo actual. Este concepto no es bíblico. Lo que hace es quitar la motivación Divina ordenada para vencer el pecado. Las recompensas y los castigos son esa motivación.

Muchos pasajes de las Escrituras señalan la diversidad de destinos disponibles para los creyentes en Cristo. Son dramáticamente diferentes destinos en cuanto a la gloria, a las oportunidades de servicio, a los grados de vida eterna, al tipo de cuerpo con el que seremos resucitados, a la autoridad, al poder, a las relaciones con Dios y con las personas.

Estas no son diferencias triviales en las que todos los que son salvos recibirán aproximadamente la misma recompensa: uno recibirá una hectárea de diamantes y el otro recibirá dos hectáreas de diamantes. “No nos importa porque no necesitaremos dinero en el Cielo” –y este tipo de pensamiento carnal.

Las diferencias en los destinos de los salvos son sustanciales. Las recompensas que las Escrituras nos presentan son deseables. Serán nuestra posesión para la eternidad.

El temor al castigo y la esperanza de gloria nos proveen con la más fuerte motivación para servir al Señor con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas.

Si Dios no quisiera que estuviéramos motivados en términos de los castigos y las recompensas, Él no habría hablado tantas veces sobre estos factores. Cuando los predicadores y los maestros descartan estos motivos como indignos, o como que no están basados en hechos, se están haciendo a sí mismos más sabios que Dios. Están poniendo a un lado la Palabra y la sabiduría de Dios en favor de sus enseñanzas humanísticas, o quizá han sido engañados por las tradiciones del hombre.

Cuando los seguidores de Cristo le preguntaron con respecto a las recompensas por seguirlo, Él no los regañó. Él les dijo directamente:

–Les aseguro –respondió Jesús– que en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel. (Mateo 19:28—NVI)
… pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya lo ha decidido mi Padre. (Mateo 20:23—NVI)

No es cierto que toda persona salva se sentará sobre un trono juzgando las doce tribus de Israel, ni que se sentará a la derecha o a la izquierda de Cristo en Su Reino, ni que su nombre será inscrito en los cimientos de la muralla de la nueva Jerusalén. Tal gloria incomprensible será el destino de creyentes específicos.

Los verdaderos miembros de Israel, los mártires y santos benditos, tanto Judíos como Gentiles, serán resucitados en la primera resurrección. Se sentarán en los tronos más altos del universo y reinarán con Cristo por mil años (Apocalipsis 20:4-6). No es verdad que todos los salvos reinarán con Cristo a este nivel. De ser así, ¿sobre quienes reinarían? ¿Sobre los perdidos? Obviamente deben haber naciones de personas salvas a quienes gobernar.

¿Acaso es razonable pensar que un individuo que cree en Cristo pero que nunca ha logrado la victoria sobre el pecado y la voluntad propia en este mundo pueda repentinamente, por el simple hecho de haber muerto físicamente (quizá prematuramente como resultado del pecado –1 Corintios 11:30), ser elevado a uno de los tronos que gobiernan la creación material? ¿Es bíblico –o aun razonable?

Algunos de los salvos son la “caña quebrada” y la “mecha que apenas arde” (Isaías 42:3). Estos deben ser arrebatados del fuego (Judas 1:23).

Hay algunos que son inmaduros pero que están emparentados con la Esposa del Cordero (Cantar de los Cantares 8:8). Existen numerosas reinas, concubinas y vírgenes. Hay una a quien el Señor ama sobre todas las demás (Salmo 45:10; Cantar de Cantares 6:9).

El rey David tuvo sus “soldados más valientes” y aun ellos estaban clasificados según sus proezas (2 Samuel, Capítulo 23).

El Señor Jesús seleccionó a sus “hombres más valientes” y los llevó al Monte de la Transfiguración (Mateo 17:1).

Hay Cristianos que producen al treinta, al sesenta y hasta al ciento por uno (Mateo 13:23).

Los capítulos dos y tres del Libro de Apocalipsis muestran maravillosas recompensas para el que “salga vencedor” y le advierten a los creyentes pecadores sobre los castigos que existen. Las recompensas no son dadas a todos los miembros de las iglesias sino a unos cuantos (aparentemente) a quienes Cristo juzga merecedores de andar con Él vestidos de blanco (Apocalipsis 3:4). Las recompensas para el que salga vencedor que se presentan en el segundo y tercer capítulos del Libro de Apocalipsis no tienen nada que ver con morir e ir al Cielo, como se puede observar, sino con tremendos dones de autoridad, vida, cercanía a Dios y servicio a la humanidad. Lo que debe quedarle claro a los creyentes de hoy en día es que tales recompensas, que frecuentemente son presentadas como el destino de todos los que hacen una profesión de fe en Cristo, son prometidas a aquel “que salga vencedor”. Ningún creyente descuidado y desobediente tiene esperanza alguna de comer del árbol de la vida, de volverse una columna en el templo de Dios, ni de sentarse en el trono supremo del universo.

Debido a esto ¿acaso debemos concluir que todos los demás creyentes serán echados al Lago de Fuego, para ser atormentados toda la eternidad sin tener la esperanza de volver a contemplar el Rostro de su Creador? ¿Y que nunca serán contestadas sus oraciones? ¡Probablemente no!

Existen los “primeros frutos de la humanidad para Dios y el Cordero” (Apocalipsis 14:4). El término mismo de primeros frutos implica que hay más para ser cosechado.

Aquellos que hagan que muchos se vuelvan al camino de la justicia brillarán como “las estrellas por toda la eternidad” (Daniel 12:3).

A nuestros compañeros Cristianos que protestarían diciendo que estas diferencias se aplican sólo a los Judíos, y que todos los Gentiles salvos recibirán la misma recompensa en el Cielo, nuestra respuesta es esta: ese razonamiento y esa suposición, que no son bíblicos, sólo han logrado destruir la motivación hacia el crecimiento en Cristo de los miembros de las iglesias Cristianas.

Uno puede darle una hojeada a las declaraciones de fe de las denominaciones Cristianas de hoy en día y quizá no encuentre el término “Reino de Dios”, ni la doctrina de que el Reino será establecido sobre la tierra cuando el Señor regrese.

Sin embargo, la predicación del Reino y de las recompensas dadas a los siervos fieles de Cristo cuando venga Su Reino es el principal mensaje del Nuevo Testamento.

La esperanza principal de la salvación Cristiana es la resurrección de entre los muertos, que sucederá sobre la tierra, no en el Cielo. Cuando resucitemos nos presentaremos ante Cristo. En ese momento seremos recompensados según la manera en que nos hayamos comportado durante toda nuestra vida sobre la tierra.

La Gracia no entrará en efecto en ese momento. Las recompensas que recibiremos incluirán una “casa”, un manto de justicia que revestirá nuestro cuerpo resucitado. Además, se nos darán autoridad y poder en el reino de la Vida Divina, cercanía a Dios, y la oportunidad para dar fruto por toda la eternidad. Nuestras recompensas corresponderán exactamente con lo que hayamos hecho en el cuerpo.

El creyente tibio y descuidado que se ha dado gusto a sí mismo durante su tiempo sobre la tierra recibirá las consecuencias exactas de su desobediencia. Cuando se dé cuenta repentinamente de las oportunidades que por siempre ha perdido llorará amargamente por remordimiento y terror.

Huyamos de la enseñanza actual que confunde la habilidad de la gente Cristiana de sacarle sentido al Evangelio del Reino de Dios. Más bien, sigamos el ejemplo de los hombres y las mujeres que son honrados por las Escrituras y avancemos hacia Dios con todas nuestras fuerzas. Las recompensas por hacerlo serán inimaginablemente grandiosas. La pena por descuidar nuestra salvación probará ser más dolorosa que nuestra peor pesadilla.

(“Diversidad de Destinos”, 4141-1)

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