LA VENIDA DEL REINO

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducción de Carmen Alvarez


Cristo no estableció Su Reino sobre la tierra cuando vino por primera vez porque en aquel tiempo no había santos guerreros maduros disponibles. Uno de los principales propósitos de los dos mil años de la Era Cristiana ha sido el desarrollo de un ejército maduro, un ejército que haya llegado a la perfección en la plena estatura de Cristo. Debe de haber un grupo de personas fuertes en quienes y con quienes Dios en Cristo pueda echar todo pecado y toda injusticia de la faz de la tierra.


LA VENIDA DEL REINO

Tanto Juan el Bautista como Jesucristo anunciaron al mundo la venida del Reino de Dios:

En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea. Decía: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca”. (Mateo 3:1,2—NVI)
Desde entonces comenzó Jesús a predicar: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca”. (Mateo 4:17—NVI)

El Reino de Dios (el Reino del Cielo) es la autoridad de Dios en Cristo, y de Cristo en y con los santos. Esta autoridad descenderá del Cielo y entrará a la tierra durante la parousia (presencia; proximidad; venida) de Cristo. Todas las naciones de la tierra serán gobernadas por Dios en Cristo, y Cristo en y con los santos.

Ya que la humanidad, fuera de algunas excepciones, se opone fuertemente a obedecer a Dios, el Reino de Dios se establecerá en la tierra mediante una invasión del Cielo. Se utilizará suficiente fuerza para obligar a las naciones a que obedezcan a Dios y a Su Cristo. No habrá poder alguno que pueda oponerse a Dios cuando llegue el momento de establecer el Reino sobre la tierra.

Las Escrituras señalan la venida del Reino de Dios a la tierra. Los siguientes son algunos de los pasajes más notables:

Ante este ejército tiembla la tierra y se estremece el cielo, el sol y la luna se oscurecen y las estrellas dejan de brillar. Truena la voz del Señor al frente de su ejército; son innumerables sus tropas y poderosos los que ejecutan su palabra. El día del Señor es grande y terrible. ¿Quién lo podrá resistir? (Joel 2:10,11—NVI)
¡Miren! ¡Ya viene el día del Señor—día cruel, de furor y ardiente ira—; convertirá en desolación la tierra y exterminará de ella a los pecadores! Las estrellas y las constelaciones del cielo dejarán de irradiar su luz; se oscurecerá el sol al salir y no brillará más la luna. (Isaías 13:9,10—NVI)
El sol y la luna se detienen en el cielo por el fulgor de tus veloces flechas, por el deslumbrante brillo de tu lanza. Indignado, marchas sobre la tierra; lleno de ira, trillas a las naciones. (Habacuc 3:11,12—NVI)

Nota las similitudes de los versículos anteriores.

También el Nuevo Testamento dice:

Luego vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Verdadero. Con justicia dicta sentencia y hace la guerra. Sus ojos resplandecen como llamas de fuego, y muchas diademas ciñen su cabeza. Lleva escrito un nombre que nadie conoce sino sólo él. Está vestido de un manto teñido en sangre, y su nombre es “el Verbo de Dios”. Lo siguen los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio. (Apocalipsis 19:11-14—NVI)

Podemos observar en estos pasajes, y en otros similares, la naturaleza militante de la venida del Reino de Dios a la tierra, esto es, de la aparición de Cristo con Sus santos:

Que se alegren los fieles por su triunfo; que aun en sus camas griten de júbilo. Que broten de su garganta alabanzas a Dios, y haya en sus manos una espada de dos filos para que tomen venganza de las naciones y castiguen a los pueblos; (Salmo 149:5-7—NVI)
Antes de que llegue, devora el fuego; cuando ya ha pasado, las llamas lo inflaman todo. Antes de que llegue, el país se parece al jardín del Edén; cuando ya ha pasado, queda un desolado desierto; ¡nada escapa su poder! (Joel 2:3—NVI)

Para quienes protesten diciendo que el versículo anterior se refiere a una plaga de langostas, respondemos que un estudio cuidadoso de todo el capítulo nos revela que lo que se declara es demasiado fuerte como para estarse refiriendo únicamente, o principalmente, a una plaga de insectos.

Vienen de tierras lejanas, de los confines del horizonte. Viene el Señor con las armas de su ira para destruir toda la tierra. (Isaías 13:5—NVI)
Indignado, marchas sobre la tierra; lleno de ira, trillas a las naciones. Saliste a liberar a tu pueblo, saliste a salvar a tu ungido. Aplastaste al rey de la perversa dinastía, ¡lo desnudaste de pies a cabeza! (Habacuc 3:12-13—NVI)
El día que yo actúe ustedes pisotearán a los malvados, y bajo sus pies quedarán hechos polvo—dice el Señor Todopoderoso—. (Malaquías 4:3—NVI)
También Enoc, el séptimo patriarca a partir de Adán, profetizó acerca de ellos: “Miren, el Señor viene con millares y millares de sus ángeles [santos] para someter a juicio a todos y para reprender a todos los pecadores impíos por todas las malas injurias que han proferido contra él.” (Judas 1:14-15—NVI)

Uno de los conceptos sobre el que queremos hacer hincapié es el de la participación de los santos en la instalación violenta del Reino de Dios sobre la tierra. La madurez espiritual por parte de los participantes será necesaria. El Día del Señor, la venida del Reino de Dios a la tierra, se basa en la venida y en el servicio de los santos que se han vuelto fuertes en Cristo. Esta es la parousia, la venida del Señor desde el Cielo:

…haya en sus manos espada de dos filos. (Salmo 149:6—NVI)
Por tanto, le daré un puesto entre los grandes, y repartirá el botín con los fuertes, …(Isaías 53:12—NVI)
…un pueblo fuerte y numeroso, … (Joel 2:2—NVI)
…vendrá sobre la nación que nos invade. (Habacuc 3:16—NVI)
…pisotearán a los malvados, … (Malaquías 4:3—NVI)
Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes. (Romanos 16:20—NVI)
…el Señor viene con millares y millares de sus ángeles [santos]. (Judas 1:14—NVI)
Ellos lo han vencido … (Apocalipsis 12:11—NVI)
Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. (Apocalipsis 20:6—NVI)
Lo siguen los ejércitos del cielo, … (Apocalipsis 19:14—NVI)

Cristo no estableció Su Reino sobre la tierra cuando vino por primera vez porque en aquel tiempo no había santos guerreros maduros disponibles. Uno de los principales propósitos de los dos mil años de la Era Cristiana ha sido el desarrollo de un ejército maduro, un ejército que haya llegado a la perfección en la plena estatura de Cristo.

Debe de haber un grupo de personas fuertes en quienes y con quienes Dios, en Cristo, pueda echar todo pecado y toda injusticia de la faz de la tierra. La hora en la que estamos viviendo es de énfasis especial en cuanto a la creación de “hombres fuertes”. Muchos de los que están hacia el final de los tiempos, serán los primeros en el Reino de Dios.

Las recompensas disponibles hoy en día son increíblemente grandes. La promesa de poder sentarse con Jesús en Su trono se le ha hecho a los santos vencedores de la iglesia en Laodicea, esto es, a los santos del fin del mundo. Nos está llegando una hora sumamente oscura, y es durante este período de engaño satánico y de opresión que se presentarán las mayores oportunidades para aquellos que sigan al Señor Jesús con un corazón puro.

Algunas de las características de los santos que van a invadir se mencionan en el segundo capítulo del Libro de Joel:

… galopan como corceles. (Joel 2:4—NVI)
… ¡Son como un ejército poderoso en formación de batalla! (Joel 2:5—NVI)
Ante él se estremecen las naciones;… (Joel 2:6—NVI)
Atacan como guerreros, escalan muros como soldados. Cada uno mantiene la marcha sin romper la formación. (Joel 2:7—NVI)
No se atropellan entre sí; cada uno marcha en línea. Se lanzan entre las flechas sin romper filas. (Joel 2:8—NVI)

Observa la fortaleza espiritual y la disciplina que se presentan aquí. A medida que consideramos la deplorable debilidad y la falta de obediencia a Dios en muchos de los Cristianos, nos damos cuenta de que en los próximos años de la historia el Cristianismo tendrá que pasar por cambios enormes. Según las Escrituras, muchos creyentes se alejarán de su fe y el remanente que quede será refinado con fuego (Mateo 24:12; Zacarías 13:8-9).

El ejército de Cristo deberá de existir si el Reino de Dios va venir a la tierra.

Quizá el lector esté experimentando pruebas y situaciones difíciles. El propósito de ellas es para madurar la fortaleza espiritual y la disciplina que se necesitarán para lograr la victoria total del enemigo en el Día del Señor. Cada uno de nosotros deberá ejercer vigilancia rigurosa en oración si es que queremos escapar de los engaños y de las persecuciones del Anticristo, y si queremos, finalmente, estar victoriosos ante la Presencia del Hijo del Hombre.

El nivel espiritual del Cristianismo, como se practica actualmente en las naciones ricas del mundo, no es suficientemente adecuado para esa parte de la madurez del Reino de Dios que se está llevando a cabo ahora mismo. Los Cristianos que deseen continuar viviendo victoriosamente, deberán de estar listos para que el Señor los cambie. Estos cambios requieren de paciencia y de fe por parte de los creyentes fervientes. El resto de aquellos que se llaman a sí mismos “Cristianos” seguirán la corriente del mundo.

¿En qué momento nos convertiremos los Cristianos en un ejército que mantiene la “marcha sin romper la formación”?

No debemos de esperar hasta que empiece la Batalla de Armagedón para estar listos a que el Señor desarrolle fortaleza y disciplina en nosotros. Sería tonto tomar esta actitud; pensar que podemos perder el tiempo ahora y esperar que Dios haga grandes cosas a través de nosotros en el futuro.

Un concepto muy dañino y debilitante que ha invadido a las iglesias Cristianas es el referente al creyente descuidado que muere; supuestamente, al morir, él se convierte en un gigante espiritual, en un guerrero de Cristo. La verdad es que lo que somos, somos, ya sea que estemos viviendo en la tierra en cuerpos físicos, o viviendo con Cristo en el mundo espiritual. Nuestra muerte física no nos hará ni espiritualmente fuertes, ni obedientes a Dios. En lo que nos estemos convirtiendo ahora, por medio de la gracia de Cristo, es lo que seremos después de muertos, y lo que seremos en el Día del Señor.

Es ahora—en medio de nuestros dilemas actuales—que se crean en nosotros la fortaleza espiritual y la disciplina. Si nos vamos a reunir con el resto de las “águilas” donde está el “cuerpo muerto” de la Oveja sacrificada cuando Él aparezca en las nubes del Cielo, entonces debemos de vivir de Su cuerpo y de Su sangre y no de acuerdo con los apetitos, los deseos y la imaginación de la carne y del alma humana.

Nuestra teología no es la que decide la participación que vayamos a tener en el Reino de Dios. El cuerpo y la sangre de Jesús que moran en nosotros son los que nos permitirán ascender para encontrarnos con Él en ese Día.

Los guerreros del Reino que está por venir ya han muerto, por así decirlo, y ahora están vivos gracias a la fuerza y a la sabiduría del cuerpo y de la sangre de Cristo. Por lo tanto, cuando ellos caigan sobre la espada, sobre el juicio de la Palabra de Dios, no serán heridos (Joel 2:8).

Seguimos adelante marchando de acuerdo a nuestro rango, aprendiendo a seguir al Comandante en Jefe, a Cristo.

Aquellos creyentes en Cristo que están viviendo en el valle de las decisiones, se están viendo forzados a salir del valle por un lado o por otro, por el lado de Satanás o por el lado del Señor Jesús. El camino del Señor debe de hacerse recto antes de que Él regrese. Los tibios no aguantarán la hora que ya tenemos encima.

Hoy es el día en que debemos de encontrar nuestro lugar en el Cuerpo de Cristo, en el ejército del Señor. Mañana será demasiado tarde. Cuando morimos ya es demasiado tarde. Bendito y santo es aquel que participa en la primera resurrección, esto es, en la siguiente venida de Cristo a la tierra.

El Señor está llegando ahora a quienes lo están buscando. Él llega en la realización espiritual de la Fiesta de las Trompetas (Levítico 23:24; Juan 14:18-23). Ahora es el momento para que los miembros del Cuerpo de Cristo se arrepientan y sean purificados. Aquellos que no oigan ni respondan a Cristo en este momento no esperen aparecer con Él en el Día del Señor. Aunque no se den cuenta, se están oponiendo a que Cristo sea su Señor absoluto, aun cuando profesan creer en Él.

Muchas de las personas que reciben a Jesús como su Salvador no están listas para aceptar que Él sea el amo personal, total y perfecto sobre sus personalidades. No es posible que estas personas que todavía están en un estado de consagración parcial puedan participar en el establecimiento del Reino de Cristo sobre la tierra.

Examinemos cómo el segundo capítulo de Joel, al igual que otros pasajes del Antiguo Testamento, están relacionados con pasajes tan familiares como el Capítulo Veinticuatro de Mateo y el Capítulo Cuatro de Primera de Tesalonicenses. Hay ciertas expresiones y ciertos hechos que son comunes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento al describir el Día del Señor:

El “ladrón.”

El estremecimiento del Cielo.

Las señales en el sol, la luna y las estrellas.

La “voz” del Señor.

La frase, “el día del Señor”.

La naturaleza militante del Día de Cristo.

El “ladrón”. El segundo capítulo del Libro de Joel declara que el ejército del Señor se mete “por las ventanas como ladrones” (Joel 2:9).

Jesús dijo que Él vendría como un ladrón (Mateo 24:43).

Pablo nos advierte que el Día del Señor vendrá como un “ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses 5:2).

El estremecimiento del Cielo. Joel dice que “se estremece el cielo” (Joel 2:10).

Jesús profetizó que a Su regreso, a Su Presencia, “las estrellas caerán del cielo” (Mateo 24:29).

Las señales en el sol, la luna y las estrellas. Joel habla del oscurecimiento del sol, de la luna y de las estrellas (Joel 2:10).

Isaías señaló el hecho de que “las estrellas y las constelaciones del cielo dejarán de irradiar su luz; se oscurecerá el sol al salir y no brillará más la luna. (Isaías 13:10—NVI).

Habacuc declara, “El sol y la luna se detienen en el cielo (Habacuc 3:11).

El Señor dijo que el oscurecimiento del sol y de la luna y que la caída de las estrellas son las señales de Su regreso (Mateo 24:29). No es probable que tales señales extraordinarias se den en más de una ocasión. Por lo tanto, el segundo capítulo del Libro de Joel está relacionado con el Capítulo Veinticuatro del Libro de Mateo.

Hoy en día, maestros y predicadores Cristianos se apoyan en el cuarto capítulo del Libro de Primera de Tesalonicenses para señalar una venida secreta, una aparición del Señor Jesús para “arrebatar a Su Esposa” antes de Su venida histórica—aun antes de la llegada a la tierra del Anticristo y de la gran tribulación.

Sabemos que la venida histórica de Mateo, Capítulo Veinticuatro tomará lugar “Inmediatamente después de la tribulación de esos días”, esto es, inmediatamente después de la gran tribulación (Mateo 24:29).

Si podemos atar el Capítulo Veinticuatro de Mateo con Primera de Tesalonicenses, Capítulo Cuatro, entonces podemos mostrar que no es bíblica la enseñanza de que los creyentes en Cristo serán llevados al Cielo antes de la tribulación.

La conexión entre Mateo, Capítulo Veinticuatro y Primera de Tesalonicenses, Capítulo Cuatro, es el término Griego, parousia. Parousia se traduce frecuentemente como “venida”, pero también puede ser traducido como “presencia”. Buscamos la presencia del Señor en el sentido de que se va a aparecer una vez más a la humanidad aquí en la tierra.

El término para “venida” en el Capítulo Veinticuatro de Mateo es parousia (versículos 3,27,37,39).

La misma palabra, parousia, la usa el apóstol Pablo en Primera de Tesalonicenses 2:19; 3:13; 4:15; y 5:23. No es razonable pensar que el Espíritu Santo guiaría al Señor Jesucristo y a Pablo a usar la misma palabra para venida si se estaba hablando de diferentes venidas. Este hecho junto con los otros que estamos mencionando, parecen indicar que la enseñanza de que Pablo estaba hablando de un “arrebato” secreto y especial en Primera de Tesalonicenses, Capítulo Cuatro, es una equivocación.

La “voz” del Señor. Joel estipula que “truena la voz del Señor al frente de su ejército” (Joel 2:11).

Pablo declara que el Señor mismo “descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios. (1 Tesalonicenses 4:16).

La expresión, “el día del Señor”. Joel se refiere al “día del Señor” (Joel 2:11).

Pablo, obviamente refiriéndose a la parousia que acababa de describir, llamó a este evento “el día del Señor” (1 Tesalonicenses 5:2).

La naturaleza militante del Día de Cristo. El segundo capítulo del Libro de Joel presenta el Día del Señor como un ataque, como una invasión sobre la tierra por el ejército de Cristo.

¿Acaso en el cuarto capítulo de Primera de Tesalonicenses el apóstol Pablo presenta la parousia como una retirada secreta e invisible de los creyentes? ¿O acaso el lenguaje de Pablo sugiere un ataque, una invasión sobre la tierra por el ejército de Cristo? ¿Cuál es tu opinión?

¡Porque el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando!

¡Con voz de arcángel!

¡Y con trompeta de Dios!

No habría ninguna razón para que el Señor hablara con voz de mando si Él estuviera retirando en secreto a Su gente de los peligros de la tierra. Anteriormente, los guerreros gritaban cuando iban a atacar, no cuando se estaban retirando. Lo cierto es que durante una retirada se escabullían con vergüenza.

La descripción anterior ciertamente no se aplica a una retirada secreta de los santos. Más bien se refiere a la congregación en el aire del ejército de Cristo como una preparación, para que luego descienda Cristo completo, Cabeza y Cuerpo, al Monte de los Olivos. Los soldados del Señor atacarán desde el Monte de los Olivos a las naciones que hayan invadido a Jerusalén. Se peleará la Batalla de Armagedón, de Cristo contra el Anticristo. Después, el Hijo de David será coronado Rey de Jerusalén.

Por lo tanto, comprendemos que el Reino de Dios será establecido sobre la tierra con violencia. La dimensión espiritual del Reino es Dios en Cristo en los santos. La dimensión material del Reino es la nación de Israel y la ciudad de Jerusalén. La venida del Reino de Dios es la infiltración de la dimensión espiritual en la dimensión material hasta que la dimensión material se haya llenado de la vida eterna de rectitud y de incorrupción del Reino de Dios.

Tan pronto como Cristo haya sido coronado Rey en Jerusalén, Sus santos irán por toda la tierra haciendo que toda rodilla se doble ante el Señor. Los demonios serán echados fuera de toda persona y fuera de la tierra misma. Aquellos que se rehusen a doblar su rodilla ante Cristo serán aplastados. Ellos serán echados en el lugar preparado para los malvados.

Entonces el mundo entero cantará. La alegría llenará el universo. La Gloria del Señor cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar. Este es el Reino Mesiánico—aquel que esperan los Judíos.

Debido a que numerosos Gentiles forman parte del Cuerpo de Cristo, esto ha comenzado el concepto de que la Iglesia Cristiana es una iglesia Gentil; de que para que un Judío se vuelva Cristiano tiene que hacerse Gentil. Este es un terrible error destructivo que tiene el pensamiento Cristiano.

Tenemos hoy en día dos formas de pensar, y ambas están equivocadas.

Uno de los errores es que la Iglesia Cristiana (Gentil) es el Israel verdadero, y que Dios ya ha terminado con la tierra física de Israel y con su gente.

El otro error es que el Israel verdadero, el Israel que mencionan los profetas del Antiguo Testamento, está formado sólo por la tierra física de Israel y por su gente. Cada vez que en el Antiguo Testamento se menciona a “Israel”, se conjetura que el texto se refiere a los Judíos según la carne. Con esto se elimina a los Cristianos de la mayor parte de las Escrituras, se excluye a los Gentiles de los elegidos, del Reino de Dios, y se deja a los Cristianos Gentiles sin ninguna descripción bíblica en cuanto a su destino en Dios.

Muchos Cristianos sinceros están cortejando hoy en día a los Judíos según la carne. Estos devotos amantes de Israel no están tomando con suficiente seriedad la “naturaleza judía” de los miembros Gentiles del Cuerpo de Cristo. Nos consideran a nosotros, los Gentiles Cristianos, como algo menos que miembros verdaderos de Israel.

Estas dos formas de pensar contienen algo de verdad, pero también suficiente error como para prevenir un entendimiento genuino del Reino de Dios.

El Judío verdadero es aquel que ha vuelto a nacer de Cristo. La circuncisión está en el corazón. La Jerusalén terrenal es “Agar”, mientras que la Jerusalén celestial es “Sara”—la madre de todos nosotros (Gálatas 4:25-26).

De acuerdo con la promesa, sólo hay una Semilla verdadera de Abraham. Esa Semilla única es Cristo y todos aquellos que son parte de Cristo. No hay ninguna otra semilla de Abraham que heredará el Reino de Dios. El creyente que se desvíe de esta posición va en contra del Apóstol Pablo.

Pablo, un Judío, habló por boca de Cristo. Los escritos de Pablo son tan comprometedores para la Iglesia como lo son las voces inspiradas de los Profetas Hebreos. Los escritos de Pablo son las Escrituras. Ellas son la Palabra inspirada de Dios.

Además, es cierto que Dios ama al Israel según la carne por Abraham, Isaac y Jacob. El Reino de Dios tiene un componente material o terrenal. Ese componente siempre será la nación de Israel. La Esposa del Cordero siempre será Jerusalén. El desviarse de este entendimiento es desviarse de los Profetas y lanzarse a la deriva en un mar de conjeturas.

Quizá nos preguntemos, ¿cómo se reconcilian estas dos verdades?

La respuesta se encuentra en el onceavo capítulo del Libro de Romanos. No hay más que un olivo. Ese olivo es Cristo. Los Judíos fueron cortados de su olivo porque no creyeron. Nosotros los Gentiles estamos siendo injertados en ese olivo. Cuando el número total de los Gentiles elegidos haya sido injertado en el olivo de Dios, entonces Dios se ocupará una vez más del Israel según la carne y derramará su Espíritu sobre ellos. Entonces ellos serán injertados a su propio olivo. Finalmente todo Israel, o sea todo el olivo, será salvado en el Señor.

Esto es lo que enseñan las Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Esto es lo que ocurrirá.

El Reino de Dios es la unión de la Jerusalén espiritual o celestial con la Jerusalén material. El período de los mil años, el Milenio, es la realización espiritual en el Reino del Día del Perdón. De acuerdo con nuestro entendimiento de las Escrituras, el propósito de los mil años es para perfeccionar a Israel y para reconciliar a las naciones con Cristo.

Una vez que se haya logrado el perfeccionamiento y la reconciliación, entonces Dios creará el nuevo cielo y la nueva tierra. Sobre esta nueva tierra se encontrará la nueva Jerusalén, completa y perfecta en Cristo, en Dios. La nueva Jerusalén gobernará para siempre sobre las naciones salvas de la tierra. Esta es la verdad que declaran las Escrituras.

Ahora es la hora para arrepentirse. El Día del Juicio está por venir y ya ha comenzado en la casa de Dios. Israel debe ser juzgado. Cuando decimos “Israel” queremos decir los elegidos de Dios. Los elegidos en Cristo pierden su identidad étnica. Ya no hay ni Judío ni griego. Sólo hay el Reino de Dios que está compuesto de Dios en Cristo, en los santos, sin importar si los santos eran antes Judíos o Gentiles.

La nueva persona que ha nacido en nosotros es el Reino de Dios. Él es Cristo en nosotros—la esperanza de la gloria por llegar. El hombre nuevo es del Cielo, de Dios. Su expresión política en la tierra esIsrael, sin importar si antes su linaje era Judío o Gentil

Los que hemos sido llamados de Cristo somos el Israel verdadero. Somos el sacerdocio real.

Nuestro Señor y Cristo, Jesús, tiene una orientación Judía. No olvidemos nunca que los Judíos son sus hermanos, y Él se volverá nuevamente hacia ellos, según nos enseñan las Escrituras.

Los que hemos sido injertados al olivo somos parte de Cristo, parte del Israel verdadero. Israel es nuestro destino, nuestra alegría, nuestra vida, nuestra esperanza. Somos del Cuerpo de Cristo. Ya no somos Gentiles. Somos miembros de la casa de fe, que es Israel.

El Reino de Dios vendrá pronto a la tierra. Cuando esto suceda, los perversos serán destruidos de la tierra y la gloria del Espíritu de Dios llenará toda la tierra. Las naciones vivirán en paz. Israel gobernará en Dios. Todo Cristiano verdadero, ya sea Judío o Gentil de nacimiento, será un miembro del sacerdocio real, del Israel verdadero, del Israel de acuerdo a la promesa.

Nosotros que somos Gentiles de origen no le presentemos el Evangelio del Reino de Dios a los Judíos de tal manera que ellos se sientan obligados a abandonar su herencia natural. La salvación es su pan, el pan de los niños. Nosotros los Gentiles somos los considerados extranjeros. Los primeros Cristianos, los primeros miembros del Cuerpo de Cristo, eran Judíos. La primera iglesia Cristiana consistió de cinco mil Judíos Ortodoxos que con devoción seguían la Ley de Moisés, y quienes tenían poco entendimiento de la gracia Divina. ¿Nos hemos olvidado de eso? ¿Nos hemos olvidado de la deuda que le debemos a Pedro, a Juan, a Pablo, y a los Profetas Hebreos?

Es hora de que le regresemos a los niños su pan. Paguemos la deuda que le debemos a Israel dándoles a su Cristo.

Ya viene el Reino. Cristo el Rey se sentará en el Trono de David y gobernará sobre Jacob. Eso fue lo que Gabriel le dijo a María. Hagamos todo lo posible para facilitarles a los Judíos el regreso de su Cristo, ya que los Judíos fueron echados de su propia mesa por los Gentiles que entraron en la Iglesia al comienzo de la era Cristiana. Ahora es el momento de regresarles a su Cristo, de regresarlos a su propio rebaño.

El Espíritu nos guiará cuando debamos de llevarle el Evangelio a un Judío. Nosotros creemos que además de nuestros esfuerzos por llevar a Cristo al pueblo Judío un movimiento mucho mayor del Señor ya ha comenzado—un acto soberano de Cristo que dejará a los Judíos intactos como pueblo, como nación, pero que los llevará a tener contacto con Jesús como su Salvador y Rey.

Nosotros creemos que nuestro papel, además de mostrarles la Palabra de Vida, es mostrar amor y apoyo al pueblo de Israel hasta que llegue a su cumplimiento esta intervención soberana y Divina, y no debemos de intentar apresurarlos o de forzarlos a que tomen los “cuatro pasos hacia la salvación”.

Es hora de que Sión se regocije, de que el cautiverio de Sión dé un giro. La realización espiritual de la Fiesta de los Tabernáculos está por llegar. Antes de poder celebrar los Tabernáculos tenemos que pasar por los “Días de Temor Reverente”, esto es, por una temporada de arrepentimiento.

La Fiesta de los Tabernáculos, la tercera de las fiestas del Señor, se celebra en Tishri, que es el séptimo mes del año religioso Judío. En el primer día de Tishri se conmemora la fiesta de las Trompetas. El décimo día de Tishri es el Día del Perdón. La fiesta de los Tabernáculos comienza el quince de Tishri y sigue hasta el veintiuno, siendo el veintidós un Sábado importante.

Los diez primeros días de Tishri son los Días de Temor Reverente. El primer día de Tishri es Rosh Hashannah—el día de Año Nuevo. Los diez días son de introspección y de juicio que nos llevan a Yom Kippur, el Día del Perdón. Debe de haber un arrepentimiento verdadero para que Dios perdone al adorador. Después, el corazón está listo para la alegría de los Tabernáculos.

Nosotros los Cristianos hemos llegado al “séptimo mes”, por así decirlo. El séptimo mes del año religioso es el primer mes del año civil, el año para hacer negocios en la tierra. Los verdaderos santos Cristianos están siendo incitados conforme el Señor Dios prepara a Su santo remanente para el establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra. El Rey se nos está acercando, haciendo que nos arrepintamos. El juicio Divino está comenzando con quienes están cercanos al Señor.

Debemos de permitirle a Dios que nos reconcilie a Él. Sólo a medida que Dios nos lleva a través del bautismo de fuego y que confesamos nuestros pecados es que estamos listos para recibir al Padre y al Hijo en la gloriosa realización espiritual de la fiesta de los Tabernáculos (Juan 14:23).

Toda esta redención sucede después de Pentecostés. Las fiestas de las Trompetas, del Día del Perdón, y fiesta de los Tabernáculos suceden después de la fiesta de Pentecostés. Después de experimentar el bautismo del Espíritu Santo es que Dios nos lleva a través del juicio y del arrepentimiento, y finalmente a la plenitud de Su reposo en Cristo. Las siete fiestas del Señor son proclamadas en Capítulo Veintitrés del Libro de Levíticos y en otros pasajes.

El Espíritu Santo descendió sobre los Judíos creyentes del primer siglo en cumplimiento de la fiesta de las Semanas (Pentecostés). Ahora es el momento para que la fiesta de las Trompetas, el Día del Perdón, y la fiesta de los Tabernáculos tengan su realización espiritual en los Judíos. Por esto, podemos anticipar que el poder de Dios sea dirigido hacia Israel en los días por venir. Nosotros los Cristianos Gentiles también experimentaremos juicio y arrepentimiento para que así “todo Israel” (los Judíos elegidos y los Gentiles elegidos) sean llevados a la plenitud de la redención al mismo tiempo.

En nuestro día, Dios está llamando al arrepentimiento a todos sus elegidos. Además, en la tierra de Israel tendrán que darse cuenta sobre la verdad de que Jesús de Nazaret es el Cristo que prometieron los Profetas.

Ha llegado la hora de que lo espiritual se una a lo material; de que lo celestial se una a lo terrenal; de que lo religioso se haga uno con lo político. No estamos logrando esto por nuestros propios medios, aunque muchos están buscando establecer el Reino hoy con su propia sabiduría y sus propias fuerzas. Más sin embargo, será el Espíritu Santo quien construirá el Templo, el Templo que es Cristo—Cabeza y Cuerpo. Cristo es el Siervo del Señor. Cristo es el verdadero Israel de Dios.

Así que el ángel me dijo: “Ésta es la palabra del Señor para Zorobabel: ‘No será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu—dice el Señor Todopoderoso’.” (Zacarías 4:6—NVI)

El Templo de Dios no será construido por el poder ni por la riqueza del hombre sino por el Espíritu del Señor.

Ya está por llegar el Reino de Dios. El Reino de Dios viene del Cielo para darle vida a Jerusalén. Es hora de la realización espiritual de la conmemoración de la Fiesta de las Trompetas. Es hora del comienzo del año civil, del gobierno del Reino de Dios sobre la tierra. Ya viene el Rey y Él gobernará desde Jerusalén ante la presencia de sus hermanos (Romanos 8:29).

Según nos lo permita el Espíritu de Dios, hagamos recto el camino del Rey de Gloria conforme se prepara para entrar, primeramente, a través de las puertas eternas de nuestros corazones; y luego por las puertas eternas de la Ciudad de Jerusalén.

(“La Venida Del Reino”, 4173-1)

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